Alberto Quiroga V.
Cada vez que llegaba la semana santa, escuchaba en los Evangelios con mucho dolor como la muchedumbre se dejaba manejar por los sumos sacerdotes para pedir la crucifixión de Jesús.
Me imaginaba yo a la multitud, enardecida y manipulable pedir la muerte de un hombre a quien tal vez ni conocían, pero llevados por la masa se sumaban a un acto de lo peor y eso me entristecía. ¿Sabían quien era Jesús? ¿Les había hecho algo? No, pero los gritos de "Crucifícalo, crucifícalo" acallaron las conciencias en un acto de cobardía.
Dicen que en una ocasión un borrachito fue llevado a la comisaría acusado de romper el vitral de la tienda de Don Abraham Levy. Cuando le preguntaron la razón, respondió que porque los judíos habian crucificado a nuestro Señor Jesucristo.
-Pero eso fue hace dos mil años - le objetó el Juez
-Si, pero yo me enteré apenas ayer que fui a misa- respondió el borracho.
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Nuestro borrachito estaba muy ofendido porque los judíos crucificaron a Jesús, pero seguramente no pensaba que muchos de los que nos decimos cristianos y católicos intentamos matar a Jesús todos los días.
Y digo que lo intentamos porque nos conviene mucho más que permanezca muerto. No lo queremos resucitado pidiéndonos que le sigamos y que anunciemos su evangelio.
Nos ofende que los judíos hayan preferido a Barrabás, sin embargo nosotros preferimos todos los días el robo, la infidelidad, el vicio, la mentira, la venganza o la ira. Y cuando nos pregunta nuestra conciencia: ¿A quien prefieres, a Jesús o al mal? Preferimos el mal. Y cuando a ejemplo de Pilatos nos dice ¿Y con Jesús que quieres que haga? Le decimos "Mátalo, crucifícalo" y la vamos poco a poco acallando.
Si nos duele que los judíos hayan crucificado a Cristo más debería dolernos que nosotros lo intentemos matar a diario. Con una pequeña gran diferencia. Ellos no sabían lo que hacían, nosotros sí.
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