miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cambiando el ánimo

Alberto Quiroga V.

El auto al avanzar presenta tironeos, se va hacia un lado y hace un extraño ruido, como de chancleo de zapatos. ¡Una llanta se ha ponchado!

Para un gran porcentaje de los conductores de autos, que un neumático se pique o pierda aire puede ser una experiencia estresante. Se nota nada más de ver la actitud que adoptan con los hombros caídos, la mirada perdida alternando entre la llanta y el horizonte, aderezada con insistentes miradas al reloj y al teléfono celular para saber a quien contactan y adivinar cuanto tiempo tardaran en ayudarlos o en resolver el problema.

Las chicas guapas tal vez contarán con más "voluntarios" dispuestos a cambiar la llanta. Los hombres tal vez encontrarán un samaritano. Y quien no sabe cambiar la llanta tendrá que batallar, causar un poco de lástima para pedir tácitamente ayuda o de plano, solicitar a quien pase el apoyo para tan difícil tarea.

Por el lado contrario, quien sabe cambiar una llanta enfrenta la situación como algo más, un retraso, un inconveniente, pero de ninguna manera mirará desconsolado la llanta. Le molestará que la llanta se haya desinflado o dañado, pero no le asustará el proceso de cambiarla.

La diferencia entre temer o no al proceso está en conocerlo y dominarlo.

En todo manual de automóvil viene especificado el procedimiento para el cambio de llanta, también existe literatura para ampliar la información y en toda cajuela debe existir lo necesario para el cambio, llanta de refacción, llave, maneral y gato.

Pero si bien todos traen las herramientas no todos saben como usarlas. Algunos, en un caso peor, dejan las herramientas en la casa o las pierden por no poner cuidado en ellas.

Con el ánimo ponchado

Así como un auto se detiene por una llanta ponchada, así los humanos nos detenemos por una baja en el ánimo. Llámala depresión, estrés, desmotivación o como gustes, pero el efecto es quedar varados tal vez a la espera de que un samaritano te ayude y te ponga nuevamente en movimiento y en casos más dramáticos, sin esperar nada por completo. Pero a diferencia de la llanta ponchada, quien está detenido puede aparentar estar bien hasta que el problema es demasiado grande.

Existen varias herramientas para salir de ese estado. Una de ellas es la oración, recomendada inclusive por personas que se jactan de ser ateas puesto que reconocen la importancia de la creencia en un ser superior y amoroso. La otra, es brindar ayuda a quien lo necesite.

¿Cómo es posible que si yo necesito ayuda pueda salir de un estado de ánimo ponchado brindando ayuda a otras personas? Pues si, parece increíble pero es cierto y veremos algunas explicaciones lógicas a esto.

Supongamos que tú no tienes auto pero aprendes a cambiar una llanta por si alguien necesita de tu ayuda. Vas practicando y por lo tanto desarrollas la habilidad para solucionar esos problemas, aprendes en auto ajeno que hacer si se rompe un birlo, si no se cuenta con el dado especial para quitar los seguros de las llantas y cosas similares. Cuando en tu propio auto te suceda algo similar podrás enfrentar la situación de mejor manera.

De igual forma pasa con nuestro ánimo, si nos acostumbramos a apoyar a quien necesita consuelo y ayuda, aprendemos a autoconsolarnos y autoayudarnos. Reconocemos que lo que nos sucede no es especial y que si otras personas lo han podido solucionar nosotros también.

Suele suceder que quien tiene problemas puede creer que el mundo está en contra de él y esta visión catastrofista agrava la situación. Pero cuando reconocemos que otras personas también han pasado por lo mismo y han salido adelante, se puede llegar a la conclusión de que si otros pueden, todos pueden.

Hace unos años visitamos una casa de los Padres Orionitas, en Ciudad Neza, del Estado de México. Allí, estos sacerdotes tienen la misión de atender a niños con problemas físicos y mentales, muchos de los cuales son bastante graves y requieren de atención constante. Uno de los niños que estaba con ellos cuando los visitamos, había sido golpeado salvajemente por su papá y abandonado en un terreno baldío. Con varios huesos rotos, heridas internas y externas que lo llevaron a perder un ojo, este niño estaba en una situación tan grave que las autoridades no quisieron hacerse cargo de él y les propusieron a los misioneros orionitas el cuidado, situación que aceptaron.

Paralelo a ello, una mujer de la zona, que había sido maltratado por años por el marido y abandonada, se acercó a los sacerdotes buscando ayuda porque entre sus planes estaba incluso el suicidarse. En lugar de sumarse a su dolor, la invitaron a trabajar de voluntaria cuidando a los niños unos días a la semana. La señora replicó que ella buscaba ayuda, no a quien ayudar, pero al final fue convencida y aceptó la tarea a cambio de que la apoyaran.

Conforme conoció a los niños, supo de sus historias personales y especiales y convivió con ellos, se dio un proceso reflexivo que la llevó a centrarse en lo que tenía como mujer y como madre y no en lo que había perdido como esposa. Saber que había niños que a pesar de las dificultades y limitaciones se daban tiempo para soñar, la llevó a soñar también a ella.

Reconocer que siempre podemos ayudar, acabó por sacar a esta buena mujer de su situación depresiva para llevarla a ver la vida nuevamente con alegría.
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