martes, 31 de marzo de 2009

Un sepulcro vacío

Alberto Domingo Quiroga Venegas

Hablar de vacios es hablar de problemas en muchas ocasiones.

En psicología se menciona el vacío existencial como la falta percepción de la existencia de uno mismo, la intrascendencia.

En economía, el que le vacien a uno las cuentas bancarias por un fraude es uno de los temores de todos aquellos que manejan dinero.

Ahora en época de crisis, se habla de los bolsillos vacíos. No tener dinero provoca mucho insomnio y dolor de cabeza.

Pero a nosotros los creyentes hay un vacío que no nos causa problemas y que más bien nos lleva a la alegría y ese es el vacío del sepulcro de Cristo.

Es increíble todo lo que nos puede decir una tumba vacía, inservible, porque en ella no hay un cuerpo corrompible que alojar.

Todos hemos sufrido la pérdida de alguien cercano y en el proceso de duelo la negación de la muerte es un proceso natural. Nos preocupa la muerte, nos preocupa la ausencia. Se siente un hueco en nosotros cuando nos falta alguien a quien amamos.

Para llenar ese hueco está el sepulcro vacío.

Una tumba inservible porque quien estaba allí ha resucitado de manera gloriosa.

Cuando Cristo les hablaba a los apóstoles de lo que iba a padecer, ellos no le entendían. Cuando ven el sepulcro vacío creen y se les aclara el entendimiento.

Ahora bien, si Jesús no está en la tumba ya no debemos buscarlo allí. Los evangelios nos dicen que quienes vieron a Jesús resucitado no lo reconocían y esto fue por dos razones: La primera, porque el cuerpo de Jesús reflejaba la gloria divina y dos, porque seguian pensando que estaba muerto.

A nosotros nos puede pasar lo mismo. Cristo resucito una vez y para siempre, es un hecho real y actual y ahora esta vivo entre nosotros. No debemos buscarlo entre los muertos.

A mi me da mucha tristeza cuando alguien se justifica para hacer el mal escondiendose en un “eso ya esta pasado de moda”. La verdad, la caridad, la solidaridad y los otros valores que nos enseño Jesús siguen tan vivos como él. Cristo no esta muerto ni es un personaje histórico de las películas.

Eso es lo que nos dice el sepulcro vacío. Si nos quedamos allí, quedaremos así, vacíos. Pero si creemos en el Cristo resucitado, no moriremos, viviremos con él eternamente.

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domingo, 22 de marzo de 2009

La necesidad de creer

Alberto Domingo Quiroga Venegas

Veo en el ser humano una tremenda necesidad de creer.

Esa búsqueda de confiar en algo la veo reflejada continuamente en prácticas como las cadenas que se envían por internet.

Abro mi correo y veo un mensaje que me dice “No se si sea cierto, pero por si las moscas...” precediendo a una cadena que me pide hacer cierto rito, cumplir con algunas condiciones para que se me realice lo que yo deseo, por difícil que parezca. También al final, en muchos casos, viene acompañando una amenaza velada si no lo hago.

La primera vez que tuve contacto con una cadena fue en el Templo de San Simón, en la Ciudad de México y tendría yo unos nueve o diez años. En esa cadena se me “obligaba” por el hecho de haberla encontrado a sacar 81 copias y repartir nueve en nueve templos. Si lo hacía me iría bien, pero si no... Y para ello relataban historias donde mostraban las bondades o perjuicios de cumplir o no cumplir respectivamente.

Me llamó la atención leer como el presidente del Brasil la recibió y no le hizo caso, y su hijo falleció, pero una semana después encontró la cadena en el buró de su recamara, hizo las copias y se sacó la lotería. En ese entonces pensé que San Judas Tadeo era muy malo porque había matado al hijo del presidente del Brasil tan solo por no sacar 81 copias (Nota, cuando yo era niño no había fotocopiadoras, pero de todas formas era un castigo muy grande). También pensé que San Judas era muy torpe, porque había compensado a un padre por la muerte de su hijo con dinero de lotería. Cualquier buen padre entenderá lo torpe del intercambio.

En resumen, a mi breve edad me espantó lo que me pudiese pasar por no cumplir con la cadena y lamente haber abierto esa carta. Afortunadamente mi padre me libró de preocupaciones diciéndome que eso era superstición y que lo que debía hacer en realidad era romper esas hojas porque daban a quien las leía una idea equivocada de Dios y de los Santos, convirtiéndolos en simples hechiceros sometidos al antojo de nuestros deseos.

Con el tiempo se me reforzó la idea de que esas cadenas deformaban la idea de Dios. Por ejemplo, en alguna ocasión me llegó una cadena milagrosa que se ofrecía a cumplir TODO lo que yo quisiera no importando lo que fuera. Respondí a quien me la envío que yo estaba harto de mi vecino y que deseaba que se muriera y por lo tanto estaba dispuesto a hacer la cadena a cambio de que Dios enviara un rayo para desaparecer a quien todos los días estorbaba la puerta de mi cochera. ¿Crees que Dios me ayude a matarlo? concluí.

Muchas veces basta una pequeña reflexión para darnos cuenta de las consecuencias de algunas prácticas. Creo firmemente que Dios nos ha dado unas herramientas valiosas en nuestras inteligencia y voluntad, y la libertad para usarlas como nosotros consideremos mejor. Somos “libres” de llenar nuestro cerebro de cosas buenas o de basura, o de usar nuestra voluntad para el bien o para el mal y las consecuencias serán proporcionales.

A veces me preguntó ¿Que pasaría si el empeño que ponemos en difundir las cadenas lo ocupáramos en otra cosa más provechosa? Por ejemplo, yo que me dedico a ventas, puedo elegir entre leer una cadena y reenviarla u ocupar ese mismo tiempo en aprender y conocer una técnica de negociación.

Estoy seguro de que si envío la cadena y pido cerrar una venta no tendrá ningún efecto positivo pero las técnicas que he aprendido si me han ayudado a ser más eficiente en mi trabajo.

Pero regreso a la necesidad de creer, lo cual no es malo. Lo malo es no fijarnos en que creemos. Jamás he reenviado una cadena, por lo cual me he hecho acreedor a cientos de "castigos" que nunca me han preocupado. Lo que si me preocupa es deformar algunas prácticas piadosas de veneración a los santos o a María, quienes son un ejemplo, y convertirlos en una especie de genios de la lámpara maravillosa, sometidos a nuestro capricho. No es lo mismo pedir que intercedan por nosotros ante Dios para obtener algo bueno que pedirles que nos cumplan un antojo que tal vez diste mucho de ser conveniente.

Y cuando estas prácticas involucran a Dios, ya sea en la persona del Padre o de Jesucristo, el error para mí toma dimensiones mucho mayores.

Dios no es una aspirina que podamos tomar del botiquín y usarla a nuestro antojo cuando la necesitemos para quitarnos el dolor de cabeza, pero cada vez que me llega una cadena se me viene esta imagen a la mente.

viernes, 20 de marzo de 2009

La fe de los amigos.


Alberto Domingo Quiroga Venegas

Hay un relato en los evangelios que me habla mucho de la amistad. Quisiera compartirlo completo para no quitar ni agregar nada y después comentarte algunas consideraciones.

Curación de un paralítico
Mc 2, 1-12

Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados —dijo al paralítico— yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".

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Me gusta este relato porque habla de la amistad. No se especifica si el paralítico tenía fe, pero al decir “al ver la fe de esos hombres” es seguro que los que lo llevaban si la tenian.

Jugando un poco, quisiera pensar por un momento que el paralítico no tenía fe pero sus amigos lo fueron a buscar a su casa y le dijeron: Amigo, está en la ciudad quien te puede curar.

El paralítico, después de años en cama, les dice que eso no es posible, que ya los médicos lo intentaron todo y ha sido inútil. Pero a los amigos no les importa, lo suben a una camilla y durante el camino lo van animando. Cuando llegan a la casa donde estaba Jesús, ven lleno pero aun así no se detienen.

Te trajimos aquí –le dijeron- y ahora no nos vamos hasta que te atienda.

Y allí, a un costado de la multitud que les impide el paso, planean como acercarlo a Jesús.

-¿Y si nos metemos a empujones?
-No, traemos la camilla y lo pueden tirar.
-¿Y si esperamos a que salga?
-No sabemos cuanto tarde y se puede desanimar nuestro amigo.

Entonces se les ocurre entrar por la casa de al lado, subir a la azotea y llegar por arriba.

Mientras tanto el paralítico les dice: Ya ven, no hubieramos venido, tanto problema y para nada.

Pero aun así los amigos no ceden.

Efectuan el plan, consiguen el permiso de la casa de al lado, suben a la azotea, se brincan a la casa donde está Jesús.

¿Dónde conseguimos las cuerdas? -Pídelas prestadas al de la tienda aquella.
¿Nos soportará el techo? -Lo sabremos hasta que subamos
¿Tienes dinero para pagar las tejas? -Ya empeñaremos algo.


Y comienzan a quitar las tejas. El dueño de la casa les grita que no, pero ya después pagarán ellos, lo importante es acercar al amigo a Jesús.

Hecho el agujero lo bajan.

En este momento, el paralítico, aunque fue más obligado por los amigos que por convicción, se ha contagiado de la fe de estos y al ver a Jesús se pone en sus manos.

Y Jesús no lo cura de su parálisis, se limita a sanarlo de su alma. Pero esto no desanima al paralítico, al contrario. El iba por la salud del cuerpo y ha encontrado algo mucho mejor, la salud del alma.

Allí no termina el proceso. Jesús sale al paso de las murmuraciones y lo sana también del cuerpo.

Termina la historia cuando el paralítico sanado toma su camilla y se marcha.

Y los amigos ya no son mencionados.

Otra versión de la historia pudiera ser que el paralítico tuviese fe y que él sea quien motive a los amigos a llevarlo y lo haga de tal manera que les transmita la fe. Pudiera ser que ellos asistan más por amistad, pero acaban siendo contagiados del sentimiento y por ello dice claramente “Viendo la fe de aquellos hombres”

Definitivamente no entra aquí el que aquellos cargadores hayan sido pagados porque la fe no se puede comprar.

Esto es lo bello de la historia. Cinco hombres que comparten la fe y que se ven motivados en buscar el bien de uno sólo. Solidaridad, amor, comprensión y fortaleza son los ingredientes que los llevan frente a Jesús.

Y cuando el paralítico se ve sanado los amigos desaparecen porque de momento ya no son necesarios. Pero allí están.

Una frase dice que los amigos deben ser como la sangre, que acude a la herida sin necesidad de ser llamada. Pero mientras no hay heridas la sangre cumple su labor de manera callada y oculta.

Dios quiera que tengamos la sabiduría y oportunidad de rodearnos de amigos así, que cuando estemos paralíticos nos lleven frente a Jesús, transmitiendonos y compartiendonos su fe.

Y por nuestra parte tratar de ser ese tipo de amigos que sortean problemas para ayudar y que están cuando se les necesita.

lunes, 16 de marzo de 2009

De drogas, vicios y virtudes

Alberto Domingo Quiroga V.

Acabo de leer varios cuentos de Sir Arthur Conan Doyle, con su famoso personaje Sherlock Holmes. Concretamente, los cuentos son "Cinco pepitas de naranja", "El carbunclo azul", "La banda moteada" y "El mendigo de la cara marcada".

De forma entretenida, Doyle te lleva a través de misterios en la Londres del siglo 19, y realmente te puedes emocionar siguiendo los pasos de este detective.

Pero lo que me llamo la atención y que se me pasó en ocasiones anteriores que leí a Sherlock Holmes, fue el descubrir que este detective se declara abiertamente cocainómano. En los cuentos, Sherlock pasa muchas horas en vela, lo que coincide con uno de los síntomas del abuso de la cocaína.

Muy lejos de la época en que fue escrito, estamos rodeados de una cultura económica que seguramente tiene un brazo fuerte en el trafico y venta de drogas y narcóticos prohibidos, donde no nos conviene hacerle creer a nuestros hijos que el uso de la cocaína agudiza el ingenio, lo que tal vez puede ser leído entre líneas en las novelas de Sherlock Holmes.

No es muy censurable que este autor hable tan desinteresadamente de la cocaína, si nos ponemos a pensar que fue solo hasta la segunda mitad del siglo 20 cuando se descubrieron los nocivos efectos del tabaco, como motivador del cáncer del pulmón, entre otros males, lo que nos lleva a pensar que seguramente hay drogas que en antaño se veían como un simple pasatiempo.

Los hábitos

Hablando con un amigo, platicábamos acerca de los vicios que aquejan a la humanidad y si nos llevamos por la definición de que cualquier habito malo es un vicio, podríamos catalogar así el uso indiscriminado de la televisión y ahora del internet, siendo uno de los más influyentes en el destino de la humanidad.

Hábitos buenos y malos. Vicios y virtudes. Muchos de ellos se aprenden desde pequeños y nos acompañan hasta la muerte.

Generando buenos hábitos

Dicen que en la vida hay dos grandes dolores entre los cuales podemos decidir: El dolor de la disciplina y el dolor del arrepentimiento.

La disciplina es un dolor constante, que se paga a plazos. Pagamos la disciplina con el dolor de levantarnos temprano, estudiar diariamente, aceptar y corregir errores, pero con el tiempo deja de ser un dolor para convertirse en un gozo.

Por otra parte, el dolor del arrepentimiento se paga siempre de golpe, de contado y genera intereses con el recuerdo.

Casi en cualquier actividad, o pagamos uno o pagamos otro. La ventaja es que tú decides.

jueves, 12 de marzo de 2009

Coleccionando amigos

Alberto Domingo Quiroga V.

Los seres humanos solemos guardar cosas dentro de nosotros mismos: Recuerdos, sueños, ansiedades y resentimientos son algunas de las cosas que acostumbramos echar en una bolsa que llevamos con nosotros.

En la televisión, en esos programas que hablan de lo increíble o insólito, frecuentemente pasan historias de personas que han llegado a coleccionar objetos materiales, que pueden ir desde lo grotesco, como el caso de un joven que hizo una enorme bola de chicles masticados, hasta lo ostentoso, como el caso de algunos gobernantes de la antigua India que se dedicaban a coleccionar autos Rolls Royce.

Una de las colecciones que deberiamos buscar los seres humanos es la de coleccionar amigos y dejar de lado la costumbre de coleccionar enemigos.

La gran mayoría de la gente se la pasa reuniendo enemigos, llegando a tener colecciones nada envidiables.

¿Por qué la gente colecciona enemigos? La respuesta probablemente se encuentre en la torpeza, en la soberbia y en la falta de visión a largo plazo.

Recuerdo de uno de mis trabajos a una jefa de departamento soberbia, que se burlaba de nosotros, los ingenieros, porque ella sin estudiar habia llegado más alto que nosotros.

Esta señorita coleccionó enemigos entre los que eramos motivo de sus burlas y se le toleraba, pero nada más.

Yo dejé ese trabajo y varios años después me la encontre cuando trabajaba en la CANACINTRA. En esa institución existía bolsa de trabajo abierta al público y esta mujer se presentó allí a llevar sus papeles.

Estaba yo esperando el elevador cuando a mis espaldas escuche un -Ingeniero, ¿Cómo está? -Al voltear la ví con sus papeles en la mano. Me saludó y me preguntó si trabajaba yo allí, me explicó que estaba buscando trabajo y que le pedían referencias, que si yo podía recomendarla.

Confieso que le pregunte con jiribilla si estaba buscando trabajo de jefa de departamento y me respondió que no. De secretaria –dijo- de lo que yo estudie.

Le dí mis datos para que me pusiera de referencia, le deseé suerte y me despedí, pensando en el camino a mi oficina en el cambio de la persona prepotente y burlona de años atrás.

Situaciones similares me han sucedido o me han compartido algunas personas lo que me lleva a reflexionar en el por qué de esa obsesión de coleccionar enemigos en donde podriamos hacer amigos.

Y aclaro, no se trata de caerle bien a todo el mundo, se trata de evitar dañar o agredir a los demás, siguiendo las reglas de la caridad evitando hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran.

Es decir, me refiero a ayudar en lugar de dañar, a construir en vez de destruir, a amar en lugar de odiar… Así se colecciona amigos,

En esta vida, donde nuestros valores seguramente chocaran con los de otros, tendremos muchos enemigos pagados, con ellos nos basta.

¿Para que hacernos de enemigos gratis?



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