viernes, 23 de octubre de 2009

Pagando por la incompetencia

Alberto D. Quiroga V.
¿Qué sucede cuando quieres que los demás paguen por tu incompetencia? Te encaminas al fracaso.

Tomemos el ejemplo de un mecánico incompetente, que por desconocer el procedimiento de desmontaje de una pieza, la rompe. Seguramente lo primero que le pasa por la mente es que la debe reemplazar pues sino el auto no funcionará, pero difícilmente aceptará el cubrir el gasto y se lo cargará al cliente.

El resultado de la práctica anterior redunda en que el consumidor final acaba pagando un sobre precio por la falla del mecánico. Si por alguna razón el cliente acude con otro mecánico en el futuro y descubre que fue engañado, el mecánico incompetente automáticamente será vetado.

Hace poco comentaba la problemática de transferir nuestros errores a otros como una mala práctica debido a que al “quitarnos” la responsabilidad inconscientemente nos desobligamos de buscar soluciones.

De la misma manera, cuando nos acostumbramos a que los demás paguen por nuestra incompetencia tendemos a estancarnos pues hallamos una salida fácil a nuestros problemas.

Sin embargo, a veces se nos olvida que no estamos solos en este mundo y si bien es muy cómodo que los demás paguen por nuestros errores, por su parte los demás no están dispuestos a pagar por ellos, por lo menos conscientemente. Por lo tanto, cuando alguien descubre que está pagando de más, reacciona y busca otra opción.

Trabajé en una fábrica cuyo peso ideal de consumo era 700 gr para fabricar una pieza de 450 gr. Esto significaba que después de hacer los cortes y perforaciones, por cada 700 gr. de material nos quedaba una pieza de 450 gr. de producto terminado.
Pero en los libros y en los controles el peso de consumo estaba tasado en 975 gr. es decir, un 28% adicional. La cantidad se había calculado con base en los registros históricos, que incluían robos de material, desperdicios, malos almacenajes y mermas, y todo esto se justificaba diciendo que el proceso y el personal no estaba preparado para llegar a 700gr. y era mucho más cómodo tener un peso inflado que compensara errores, negligencia e incompetencia.
Obviamente, el precio de venta estaba en función de 950 gr.

Y así como este caso he sabido de otros, en los cuales, lejos de buscar mejoras se compensan las fallas, como la historia de aquel que cada vez que escuchaba un ruido en el motor de su auto le subía el volumen a la radio.

Cuando las empresas, personas o países acostumbradas a cobrar la incompetencia se enfrentan con otras que no la toleran, el resultado es que el cliente, el patrón o quien sirva de juez entre ambos toma una decisión lógica y se va con quien mejor le conviene.

Creo que todos en mayor o menor medida somos incompetentes, lo cual es bueno porque reafirmamos que somos perfectibles y podemos mejorar. Lo malo es cuando nos acostumbramos a ser incompetentes y encima queremos que los demás paguen por ello.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario