Ya en otras ocasiones he mencionado que la forma de ver o plantear un problema, es determinante para encontrarle un solución o para que se quede incluso, sin resolver.
Cuando en un planteamiento se confunden las causas y los efectos, interpretándose unos por otras, quien intenta resolver el problema puede desgastarse tratando de eliminar un efecto que será recurrente mientras no se elimine la causa.
Recuerdo de mis clases de Anatomía los esfuerzos que hacía el Dr. Octavio Ríos para convencernos de estudiar algo que a la mayoría le parecía intrascendente y que era el estudio del funcionamiento del cuerpo humano. Entre otras ideas nos planteaba que si no sabíamos como funcionaba nuestro cuerpo podíamos desgastarnos inútilmente tratando de curar una tos (síntoma) provocada por una infección (causa) puesto que la mayoría de los remedios para la tos no sirven para acabar con todos los virus que pueden causar una infección.
Cosa similar sucede con el dolor. Actualmente, en la televisión se ofrecen medicamentos que ayudan a disminuir el dolor tal como si este fuera una causa y no un efecto. Por su parte, los médicos suelen reconocer en el dolor un gran aliado puesto que es una señal de alerta que permite detectar y descubrir en donde hay un problema. Tomar analgésicos o cualquier otra medicina antes de visitar al médico puede entorpecer la búsqueda de la verdadera causa y así evitar o retrasar su eliminación.
¡Ya no quiero sentir dolor! Palabras más o menos he escuchado varias veces esta súplica que es entendible pero a la vez distractora, porque suele enfocar a la gente a centrarse en el dolor (efecto) y no en la causa que lo produce. Y debido a que el dolor puede tener muchos inhibidores cómodos, la gente los busca para corregir en el inmediato plazo. Y en este caso me refiero tanto dolores físicos como mentales y espirituales.
Muchos alcohólicos reconocen que se refugiaban en la bebida para olvidar el dolor causado por problemas, pero no tenían claro que una vez pasado el efecto del alcohol el dolor regresaría más fuerte porque paradójicamente, la verdadera causa se había agravado a causa del alcoholismo.
En la mecánica automotriz existe un ejemplo claro de esta afición a tratar de desaparecer los efectos sin atacar las causas. Todos los autos traen luces indicadoras en el tablero, llamadas también testigos. Se encienden cuando se presenta un problema en alguno de los sistemas o cuando se activa un elemento, como el freno de mano. Debido a lo sofisticado de los sistemas, algunos mecánicos poco capacitados son incapaces de corregir la falla y por lo tanto, el foco permanece encendido indicándole al propietario que la falla persiste. Por lo tanto, los mecánicos toman el camino fácil y desconectan el foco en cuestión, desapareciendo el efecto pero permaneciendo la causa.
A semejanza de estos mecánicos, a veces caemos en la comodidad o falta de visión de tratar de desaparecer el dolor sin atacar sus causas. Al pensar que el dolor es lo que debemos de eliminar, dejamos de lado lo que lo está provocando y permitiéndole seguir causando daño.
En el ámbito deportivo, son recurrentes las historias de deportistas que han jugado prácticamente anestesiados, para engañar a un cuerpo que les está avisando que algo está mal. Pero el deseo de jugar para no perder la titularidad, la fama o lo que sea, al final acaba con su carrera cuando el problema es tan grave que ya no es posible corregirlo con una inyección.
Regresando a la comparación con los autos, circular en uno que cuente con malos indicadores puede ser muy peligroso. Pensar que el tanque de gasolina está lleno porque así lo marca un gasómetro defectuoso puede provocar que nos quedemos sin combustible a medio del camino a pesar de que el medidor indique que no hay problema.
De igual manera, en esta vida podemos quedarnos varados si seguimos pensando que el dolor es el enemigo a vencer y no un aliado que nos indique en donde están los problemas que debemos corregir.
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Cuando en un planteamiento se confunden las causas y los efectos, interpretándose unos por otras, quien intenta resolver el problema puede desgastarse tratando de eliminar un efecto que será recurrente mientras no se elimine la causa.
Recuerdo de mis clases de Anatomía los esfuerzos que hacía el Dr. Octavio Ríos para convencernos de estudiar algo que a la mayoría le parecía intrascendente y que era el estudio del funcionamiento del cuerpo humano. Entre otras ideas nos planteaba que si no sabíamos como funcionaba nuestro cuerpo podíamos desgastarnos inútilmente tratando de curar una tos (síntoma) provocada por una infección (causa) puesto que la mayoría de los remedios para la tos no sirven para acabar con todos los virus que pueden causar una infección.
Cosa similar sucede con el dolor. Actualmente, en la televisión se ofrecen medicamentos que ayudan a disminuir el dolor tal como si este fuera una causa y no un efecto. Por su parte, los médicos suelen reconocer en el dolor un gran aliado puesto que es una señal de alerta que permite detectar y descubrir en donde hay un problema. Tomar analgésicos o cualquier otra medicina antes de visitar al médico puede entorpecer la búsqueda de la verdadera causa y así evitar o retrasar su eliminación.
¡Ya no quiero sentir dolor! Palabras más o menos he escuchado varias veces esta súplica que es entendible pero a la vez distractora, porque suele enfocar a la gente a centrarse en el dolor (efecto) y no en la causa que lo produce. Y debido a que el dolor puede tener muchos inhibidores cómodos, la gente los busca para corregir en el inmediato plazo. Y en este caso me refiero tanto dolores físicos como mentales y espirituales.
Muchos alcohólicos reconocen que se refugiaban en la bebida para olvidar el dolor causado por problemas, pero no tenían claro que una vez pasado el efecto del alcohol el dolor regresaría más fuerte porque paradójicamente, la verdadera causa se había agravado a causa del alcoholismo.
En la mecánica automotriz existe un ejemplo claro de esta afición a tratar de desaparecer los efectos sin atacar las causas. Todos los autos traen luces indicadoras en el tablero, llamadas también testigos. Se encienden cuando se presenta un problema en alguno de los sistemas o cuando se activa un elemento, como el freno de mano. Debido a lo sofisticado de los sistemas, algunos mecánicos poco capacitados son incapaces de corregir la falla y por lo tanto, el foco permanece encendido indicándole al propietario que la falla persiste. Por lo tanto, los mecánicos toman el camino fácil y desconectan el foco en cuestión, desapareciendo el efecto pero permaneciendo la causa.
A semejanza de estos mecánicos, a veces caemos en la comodidad o falta de visión de tratar de desaparecer el dolor sin atacar sus causas. Al pensar que el dolor es lo que debemos de eliminar, dejamos de lado lo que lo está provocando y permitiéndole seguir causando daño.
En el ámbito deportivo, son recurrentes las historias de deportistas que han jugado prácticamente anestesiados, para engañar a un cuerpo que les está avisando que algo está mal. Pero el deseo de jugar para no perder la titularidad, la fama o lo que sea, al final acaba con su carrera cuando el problema es tan grave que ya no es posible corregirlo con una inyección.
Regresando a la comparación con los autos, circular en uno que cuente con malos indicadores puede ser muy peligroso. Pensar que el tanque de gasolina está lleno porque así lo marca un gasómetro defectuoso puede provocar que nos quedemos sin combustible a medio del camino a pesar de que el medidor indique que no hay problema.
De igual manera, en esta vida podemos quedarnos varados si seguimos pensando que el dolor es el enemigo a vencer y no un aliado que nos indique en donde están los problemas que debemos corregir.
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