Alberto Quiroga V.
Estaba esperando en la recepción de un restaurante a un cliente y aunque no quiera alcanzo a escuchar. Compartiendo conmigo la sala de espera, dos señoras se quejan de lo mal portados que son sus hijos, de lo difíciles que les han salido.
Hilando ideas recuerdo las campañas de control de la natalidad y me resulta muy curioso recordar esa frase machacona de hace muchos años "Pocos hijos para darles mucho"
Mucho ¿Qué? ¿Muchos juegos de video? ¿Mucho dinero para drogas y alcohol? ¿Muchos celulares y aparatos tecnológicos? Darles mucho a los hijos no significa necesariamente darles lo que necesitan y a veces tener mucho es el camino más corto para tener nada.
Las señoras en cuestión se quejan de sus respectivos hijos únicos. Tienen nada más uno y no parecen tener la capacidad de darles mucho. Y peor aún, al escucharlas escucho a unas madres derrotadas, resignadas a sufrir y con la esperanza única de sobrellevar el problema.
Mientras siguen las quejas junto con la frase de los pocos hijos recuerdo otra: "Aceptar los hijos que Dios te de"
Pobre frase esta última. Tanto la han utilizado de burla para criticar a aquellos que tienen muchos hijos y por ello no la han sabido entender en toda su dimensión.
Aceptar los hijos que Dios te de no se refiere solamente a la cantidad, también se refiere a la calidad.
Aceptar a un hijo que tiene limitaciones de intelecto o defectos de personalidad va implícito en la frase. Puedes tener uno solamente, y estarte quejando constantemente porque no es inteligente como el del compadre o estudioso como el del vecino. Por otro lado, aceptar no significa dejarlos como están y quedarnos como simples espectadores. Aceptarlos es saber desde que punto debemos partir para llevarlos a ser mejores.
No aceptar a los hijos como son genera en ellos una sensación de rechazo que los va perjudicando y a su vez provoca en los padres un desencanto que los lleva a abandonar el barco. A los hijos se les va moldeando. Algunos tendrán un temperamento inquieto y su carácter podrá ser igual si no se le va formando para que se domine a si mismo. Otros tendrán un temperamento reservado y a ellos se les deberá ayudar para que venzan su timidez.
Por eso es importante, por lo menos en mi caso, regresar a ciertas bases y aceptar los hijos que Dios me dio, con sus capacidades, pero también con sus carencias, con sus fortalezas, pero también con sus debilidades, con sus sueños sin olvidar sus pesadillas, con sus virtudes y también con sus defectos.
Y entonces sí, con esa aceptación, aceptar a su vez el compromiso que tenemos con Dios que nos los encargo para llevarlos a ser como El quiere que seamos: Felices eternamente.
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