martes, 24 de noviembre de 2009

Reflexiones en un semáforo

Alberto Quiroga V.

En una todavía oscura mañana de otoño, mientras esperamos que el semáforo cambie a la luz verde, mi hijo y yo vemos a uno de esos artistas urbanos encender las puntas de dos bastones. Una vez con fuego, los bastones giran rápidamente haciendo vistosas figuras en la oscuridad, volando a varios metros de altura para volver a caer, siempre girando y siempre llamando la atención.

Mientras mi hijo y yo nos cuestionamos si en la punta le ponen gasolina o petróleo para que permanezcan encendidas a pesar del vuelo, los segundos pasan y se esmera cada vez más el artista en hacer sus mejores trucos. Cambia la luz a verde y los sonidos de las bocinas no se hacen esperar, el artista sale de su letargo, retiene sus bastones, los apaga y corre a tomar unas monedas que le ofrecen en el coche de enfrente. Cuando arrancamos, mi hijo y yo alcanzamos a ver una sonrisa que refleja nerviosismo: ¡Se le han escapado más propinas!

Sobre el camino mi hijo y yo reflexionamos. El artista ha estado tan concentrado en su número que se le ha olvidado que lo hace para ganar dinero, pero además, no ha planeado bien su estrategia. Si entre cada cambio de luz hay un minuto, perder diez segundos en acomodar sus bastones y encenderlos es perder el 16% del tiempo disponible para el espectáculo y alargarlo le roba el tiempo de recolectar.

No dudamos, concluimos mi hijo y yo, que él tiene ganas de hacer lo que hace, se ha levantado temprano, hace frío y no le importa, sabe hacer sus trucos y los hace bien, le ha invertido horas al entrenamiento y dinero a sus materiales, sin embargo, se ha olvidado del objetivo y se ha quedado con una propina cuando pudo obtener más.

El caso del artista urbano no es ajeno a muchos de nosotros, que muchas veces nos esforzamos y nos preparamos, pero tal pareciera que un pequeño detalle hace que las cosas salgan mal. Mientras ese detalle no se corrija, las cosas seguirán saliendo mal. Y para corregirlo hay que detectarlo.

En otras ocasiones he platicado de la tendencia muy humana de centrar los enfoques sólo en algunos aspectos, como en el enamoramiento, que se contemplan exclusivamente algunos detalles agradables y se obvian otros que no lo son. Esta tendencia mencionada evita que se consideren los detalles generales y particulares en su totalidad y que se consideren solamente algunos, lo que nos lleva a apreciaciones que bien pueden ser falsas, bien pueden ser erróneas o por lo menos incompletas.

A veces las personas pueden estar haciendo bien todo lo que hacen y ni así obtener sus resultados esperados. El problema no es que estén haciendo algo mal, sino que les está haciendo falta hacer "algo".

Un comerciante puede abrir temprano, tener su mercancía en orden y vigente, ser amable para atender y ni así vender lo suficiente. El se puede preguntar y responderse a sí mismo que todo lo que hace lo hace bien, pero aquí el problema sea tal vez falta de carisma para vender, no ofrecer servicios que la gente busca y que él no tenga o no dar servicio a domicilio. No es lo que hace, sino lo que le falta hacer.

En otros casos, se hace lo correcto, pero en el orden equivocado o a destiempo. También la sincronía es importante. No es lo mismo estudiar a una semana del examen que hacerlo dos horas antes, porque el tiempo pasa de ser aliado a ser enemigo. Medir los tiempos es básico para otorgarle a cada actividad su secuencia y su periodo adecuados. Si bien al vestirnos resulta claro que los calcetines se ponen antes que los zapatos, en los procesos reales a veces esto no es tan evidente y si esto te parece absurdo, recuerda a la gente que llega con las maletas hechas a la terminal de autobuses a ver si hay boletos disponibles en plena temporada vacacional. Comprar el pasaje y preparar el equipaje son dos cosas buenas y necesarias para viajar, pero la secuencia a veces no se respeta.

Hacer lo que se debe, en la forma y tiempo que se deben. Así de sencillo... y así de complicado.
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