Mientras la Ciudad de México se ve envuelta en el caos propiciado por las protestas del Sindicato Mexicano de Electricistas SME, escucho en la radio opiniones en contra (las más) o a favor (las menos) de las protestas.
Entiendo en lo general el cierre de esa compañía. A un mes del despido de los 40 mil trabajadores, el suministro de energía eléctrica ha sido constante, lo cual confirma que Luz y Fuerza se podía operar con mucho menos gente. Lo lamento por aquellos trabajadores que hacían su trabajo adecuadamente y que ahora se tienen que enfrentar a la nada sencilla tarea de emprender un nuevo negocio o de contratarse en otro lado.
También debo ser sincero. Jamás sufrí de cobros excesivos aunque ya me había acostumbrado a fallas en el suministro, que si bien no eran sino de unos cuantos minutos, en medio de una conferencia me ponían a temblar porque dependo del uso de equipos de sonido y de proyección.
Por mencionar algunos, la Compañía de Luz se liquidó con los siguientes argumentos:
-Era inoperante, costaba demasiado dinero y comparada con otras compañías similares su eficiencia era muy baja.
-Los subsidios que se le otorgaban se perdían por improductividad.
-Sus trabajadores gozaban de prestaciones muy por encima del promedio de los trabajadores en México.
-El servicio era deficiente, se prestaban a actos de corrupción.
-Sus negligencias eran costosas para la industria, los comercios y los hogares, por sus constantes fallas.
Y aquí viene lo curioso, si en lugar de compañía de Luz y Fuerza ponemos Cámara de Diputados o Partidos políticos, los argumentos encajan perfectamente. La pregunta es: ¿Que esperan para cerrarlos?
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