Alberto Domingo Quiroga V.
Se acerca el 5 de julio que está marcado para las llamadas elecciones intermedias. El simple nombre nos deja ver que tenemos elecciones de primera y de segunda, o sea, las importantes son las "presidenciales" y las otras no. Pero todas las elecciones deberían ser totalmente iguales en importancia porque en todas se eligen a diputados que pueden favorecer o bloquear acciones para el bien del país.
Tradicionalmente, los políticos gozan de mala fama, y en muchos de los casos bien ganada. Hemos sabido de negligencias, incompetencias, enriquecimientos, fraudes, peculados, de favoritismos, de excesos en el otorgamiento de permisos y contratos, de confabulación con la delincuencia y el narcotráfico. Pero lo más sorprendente de todo es que el país todavía está aquí. Es decir, a pesar de los malos gobernantes México está en pie. La pregunta es: ¿Que sería de nosotros si tenemos buenos gobernantes?
Las elecciones son la oportunidad de otorgarnos buenos gobernantes, pero la realidad es que mucha de la gente en edad de votar se ha desencantado tanto o es tan ajena al problema, que el 5 de julio lo verá como un domingo más y dejará su voto ocioso. Tal vez estas personas tengan decenas de justificaciones para no votar, para no perder el tiempo en una fila en una casilla porque al final siempre es lo mismo, llegue quien llegue, sea del partido que sea, las cosas no parecen cambiar.
Pero como en otras cosas, pediría que no buscar un pretexto para no ir a votar y pensar en la razón para SI ir a votar.
Estadísticamente, las elecciones intermedias tienen un abstencionismo mayor que las elecciones en donde se elige al presidente, porque la gente le pone menos atención correspondiente al nivel de los puestos de elección en juego. Pero ambas elecciones tienen su importancia. Por ejemplo, la Cámara de Diputados puede ser un freno a los abusos de Poder del presidente, o puede ser un apoyo a sus iniciativas de mejora. Por ello, deben ser tomadas con seriedad y responsabilidad.
Pero vuelvo al problema del abstencionismo, a aquellos que se resisten a votar porque no les interesa o porque ya no confian. El porcentaje de abstencionistas es tal que puede inclinar la balanza en favor de cualquier candidato. Cualquier persona que consiguiera mover para sí a los que no votan podría ganar las elecciones cómodamente. Ese es el peso potencial de los abstencionistas.
Pero obviamente, si estos no van a votar es porque consideran que no vale la pena por la razón principal de que no confían en los políticos. Y si este es el caso deben hacérselos saber anulando su voto, de tal forma que le den voz a su desconfianza. Un voto anulado dice: Aquí estoy, pero nadie me convence.
Quiero imaginarme a los políticos ante un porcentaje del 35% de votos anulados, sobre el total de los empadronados. A fuerza tendrían que reflexionar y se espantarían, creémelo. Esos votos anulados, impedirían, por otra parte, que en aquellas casillas y regiones en las que domina un partido político, sean rellenadas urnas y sigan existiendo los absurdos de las llamadas "Casillas zapato" en las que un partido se lleva el 100% de los votos y en donde la manipulación de la votación es evidente.
El voto anulado motivaría a los partidos a proponer mejores candidatos y a hacer campañas más pensantes y menos sentimentalistas, porque un voto anulado consciente lo emite aquel que ha sopesado todas las opciones y no opta por ninguna, así habría más propuestas coherentes y menos slogans publicitarios.
Estoy de acuerdo en que muchas veces acabamos votando por el menos peor. Si ninguno te convence, anula tu voto, pero presentate y hazle saber a los políticos que te mereces mejores propuestas.
México no va a cambiar totalmente el 5 de julio, pero puede empezar a ser mejor si comenzamos a participar más y a dejarnos menos.
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