Alberto Quiroga V.
Existió una vez un granjero torpe, cuya torpeza tenía origen en un desmedido afán de obtener reconocimiento para sí.
Mientras su madre vivió, él tuvo cubierta esa parte afectiva porque siempre la buena señora se la pasaba hablando de lo bueno y grandioso que era su hijo, de como hacía todo bien, pero cuando falleció la mujer su hijo comenzó a sentir que algo le faltaba.
Con el tiempo, su problema se agravó. El granjero quería ser el centro del universo y no lo dejaba dormir su deseo de que todo mundo lo reconociera como alguien importante. Necesitaba escuchar que valía y que no podía haber nadie tan bueno como él.
Paradójicamente, el granjero era bueno en sus labores. Gracias a sentir que era importante siempre hizo las cosas bien y sus pastos eran los mejores, sus hortalizas las más sanas, sus animales los más lozanos y sus árboles frutales los más productivos. Pero aún así el granjero sentía la necesidad de que quien llegara a visitarlo le dijera que era el mejor.
Su obsesión por el reconocimiento se volvió enfermiza a tal grado que si una frase de halago no llevaba por sujeto a él y por predicado a su persona, sentía que era una frase hueca. Le molestaba cualquier reconocimiento a alguien o algo más, aunque fuera suyo. Un día, un vecino alabó el tamaño de unas calabazas que el granjero había sembrado. Molesto, fue y las partió a golpes.
Otro vecino le comentó que envidiaba unos manzanos por la cantidad de frutos que producían y el granjero los taló a hachazos. Él no quería que alabaran sus cosas, quería que lo alabaran a él.
Cuando un visitante le comentó que su esposa -con mucho respeto- era muy guapa, la mujer, temerosa por su vida, lo abandonó de inmediato.
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El drama del granjero torpe se repite día a día y en todos los lugares del mundo.
Padres que sienten envidia de los hijos y les entorpecen su madurez. Empresarios que limitan el crecimiento de sus empleados por temor a que se desarrollen. Políticos que han mandado fusilar o desterrar a quienes les han servido. Tres ejemplos del drama del granjero torpe que podrás encontrar frecuentemente si miras con atención
La soberbia, ese pecado capital que nos aleja de la felicidad, pues nos busca hacer más grandes empequeñeciéndonos.
Por soberbia, Hitler mando suicidar al Mariscal Rommel, a pesar de que él no era peligroso por sí mismo sino por la popularidad que tenía entre la gente, popularidad que había adquirido con unas dotes de estratega que le servían a Alemania pero empequeñecían la imagen del Fuhrer.
Por soberbia, Antonio López de Santa Anna relevó de su cargo y juzgó al Gral. José María Yañez, quien libró a Sonora de una invasión de filibusteros franceses pero cometió el pecado de adquirir una popularidad de héroe que sólo le estaba concedida a su Alteza Serenísima.
Por el lado contrario, los grandes y verdaderos líderes siempre han mostrado rasgos de humildad, que no debe ser confundida con la dejadez o el conformismo. Los grandes líderes reconocen la grandeza de quienes dirigen porque en ellos está a su vez la misma grandeza de su liderazgo.
Que pena que el drama del granjero torpe se repita por soberbia. No quiero entender por qué un empresario le impide a su gente desarrollarse y al mismo tiempo se queja de su baja productividad. A la gente se le impide expresarse, capacitarse, prepararse porque no vaya a ser que pueda crecer y quiera cobrar más, que deje la empresa o peor aún, que le revele al jefe que no es tan grande como se cree.
Que tristeza que haya padres que se burlen de las capacidades y se sientan minimizados cuando sus hijos son más rápidos para usar la computadora, el internet o aprendan habilidades que les están negadas a sus papás.
Padres, empresarios, políticos y líderes en general deben estar concientes del drama del granjero torpe, reconocer y potencializar las habilidades de quienes están a su cargo o dirección de tal manera que hagan de los triunfos de sus seguidores sus propios triunfos y engrandeciéndolos a ellos se engrandezcan a sí mismos.
Todos aquellos que busquen ser verdaderos líderes deben olvidar al granjero y recordar el crecimiento de la espuma, cuyas burbujas inferiores elevan a las de arriba y éstas a su vez no impiden ese crecimiento.
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