martes, 5 de mayo de 2009

Soñar si cuesta

Alberto Domingo Quiroga V.

Dicen que soñar no cuesta nada y quien inventó la frase nos hizo la invitación a soñar porque lo gratuito es atractivo. A pesar de ser gratis, conozco a gente que se resiste a soñar, a creer que puede ser mejor, que puede ser feliz. ¿Por qué se resisten a soñar? ¿Qué acaso no es gratis?

Entonces he llegado a la conclusión que soñar cuesta, porque al tener un sueño hay que actuar en consecuencia.

Yo no puedo soñar que soy una excelente persona si no estoy dispuesto a pagar el precio de deshacerme de mis vicios y mis errores.

Yo no puedo soñar que tengo derecho a ser feliz si desde siempre me han programado para no serlo, porque al soñar la felicidad tendría que pagar el precio de romper con esquemas que podrían quebrar mi mundo tal como lo concibo.

Entonces soñar si cuesta.

Los psicólogos han identificado lo que se ha dado en llamar el temor a la prosperidad, y que provoca en quienes lo padece un miedo a mejorar. Quienes lo sufren, rechazan puestos de importancia, pierden negocios, terminan relaciones provechosas, se endeudan sin necesidad. Por diferentes razones, personas con temor a la prosperidad renuncian a lo otros consideran bueno porque se sienten inmerecedores de ello.

Me atrevo a pensar que estas personas tienen conciencia de que pueden alcanzar sus sueños, pero psicológicamente no pueden pagar el precio porque se sienten inmerecedores de ello. Conforme a esta situación, limitan sus sueños para no sentirse dañados.

En el extremo contrario, está la gente que no le teme a la prosperidad, pero que se queda con la idea de que el soñar es el fin cuando debe ser el principio. Las grandes hazañas y empresas han comenzado con un sueño, pero eso fue el principio y quienes las realizaron pagaron el precio de ese sueño.

Quienes piensan que soñar no cuesta nada y se quedan en el sueño, son como aquel que ve el cartel de una película y se conforma con imaginarse de que se trata, porque no compra el boleto para verla.

Debido a inexactitudes de nuestro idioma, nosotros decimos tengo sueño cuando deberíamos decir quiero dormir. Sin embargo sabemos que dormir y soñar son estados distintos. Tal vez esta confusión sea la que nos lleve a estados somnolientos cuando tenemos un sueño, y nos quedemos dormidos cuando debiéramos estar despiertos en pos de él.

Por mi parte, considerando que solamente en el diccionario el éxito está antes que el trabajo, yo me propongo cambiar a título personal la frase y decir:

Soñar si cuesta, pero si el sueño es bueno bien vale la pena pagar el precio.

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