martes, 7 de julio de 2009

Para llegar a la otra orilla

Alberto Domingo Quiroga.
En el evangelio de San Marcos, se nos platica una escena que habla de la fe y la confianza:

Al atardecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: Crucemos a la otra orilla del lago. Despidieron a la gente y lo llevaron en la barca en que estaba. También lo acompañaban otras barcas.
De pronto se levantó un gran temporal y las olas se estrellaban contra la barca, que se iba llenando de agua. Mientras tanto Jesús dormía en la popa sobre un cojín. Lo despertaron diciendo: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» El entonces se despertó. Se encaró con el viento y dijo al mar: «Cállate, cálmate». El viento se apaciguó y siguió una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué son tan miedosos? ¿Todavía no tienen fe?» Pero ellos estaban muy asustados por lo ocurrido y se preguntaban unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?» Mc 4. 35-41



De forma simbólica, Jesús nos pide cambiar, movernos, nos pide llegar a la otra orilla, lo que en muchas ocasiones significa cambiar de vida, cambiar de amistades, cambiar de pensamientos.

En esta vida, modificar nuestros hábitos y actitudes no resulta sencillo, empezando por esa resistencia al cambio propia de los humanos. Cambiar, así como crecer, puede ser doloroso. Lo importante a resaltar aquí es que Jesús no nos manda solos, él va en la barca. Ahora que se habla de solidaridad, de jalar parejo, Cristo nos demuestra que se sube a nuestra barca en toda intención de cambio.

Pero decíamos, no siempre los cambios son fáciles, por lo general son difíciles. Nuestros vicios, esos malos hábitos, están tan arraigados en nosotros que nos llegan a identificar por ellos, y son precisamente esos malos hábitos, nuestras debilidades y pecados, quienes se vuelven contra nosotros cuando queremos cambiar y nos atacan en forma tempestuosa, invitándonos a regresar a la orilla de donde salimos. Si a ello le agregamos que son muchos los que no quieren que cambiemos porque se benefician de nuestras debilidades, la tarea puede parecer imposible.

Es en ese momento cuando nos sentimos como en medio de una tormenta, con el viento en contra y cuando añoramos la orilla de la que salimos, cuando minimizamos nuestros vicios para regresar a ellos. En conflictos como esos, se da una lucha interna entre lo que nos invita a volver y lo que nos invita a seguir. Es en ese momento cuando recordamos que no vamos solos en la barca y que Jesús se ofreció a acompañarnos en el viaje, pero lo sentimos dormido, pues así nos lo parece. Entonces, recurrimos a él y le decimos: Señor, ¿no te importa que me hunda?

¿Cuántas veces sin pensar hemos pronunciado esta pregunta?

Detengámonos a pensar: ¿Jesús estaba dormido porque no le importaba o estaba dormido porque confiaba?

Jesús confiaba. El no dijo, subamos a la barca para hundirnos, él dijo, "Pasemos al otro lado". La tormenta y los problemas del viaje son el precio de llegar a la otra orilla. Y se duerme confiado porque sabe que la barca es buena y que la pericia de los marineros es suficiente. En pocas palabras, Jesús confía.

Con los marineros pasa lo contrario. Si bien izan las velas animados, ya en medio de la tormenta pierden la fe en si mismos y los vence el miedo. Cuando no pueden controlar la situación recuerdan que Jesús va en la barca, pero en lugar de pedirle ayuda le reclaman "No te importa que nos hundamos"

¿Por qué interpretamos que Jesús dormía por falta de interés? ¿Por qué reclamarle?

Por qué no mejor despertarlo y decirle: Señor, sé que duermes porque confías en mí, pero necesito de tu ayuda, ¿me echas la mano con estos vientos que parece que nos hunden?
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