viernes, 1 de abril de 2011

Cambiando las preguntas

A

Hace algunos años desayuné un día con un conocido mio, propietario de un pequeño negocio. Durante la comida hizo un comentario: "No sé por qué me va mal en mi negocio".

Y comenzó a hacer un listado de tooodaaas las cosas buenas que le ofrecía a sus clientes. Mientras él hacía su relación de bondades y yo lo escuchaba a medias, pues me la sabía casi de memoria, cambié un poco la pregunta y mentalmente me cuestioné: "¿Por qué te tendría que ir bien?

La persona en cuestión, como todos nosotros y como cualquier situación, poseía virtudes, pero también defectos. Y en su caso los defectos pesaban sobre el negocio de tal manera que lo estaban llevando al fracaso. Concretamente, el señor aducía que era muy respetuoso con el cliente, cobraba barato, su servicio era honesto y siempre se preocupaba por ayudar al cliente, aun en horarios nocturnos. Todo eso era verdad, pero en el balance se opacaba porque el señor abría su negocio a la hora que quería (en los momentos de esta charla estábamos desayunando tranquilamente mientras su local permanecía cerrado), se tardaba mucho en responder, sobrecargándose de trabajo que derivaba en la impuntualidad en la entrega a veces de semanas. Resultado, los clientes no estaban dispuestos a pagar lo bueno a costa de lo malo.

Cuando evaluamos una situación generalmente el proceso incluye preguntas que subjetivamente y sin darnos cuenta las inclinamos en el sentido que nos dará las respuestas que estamos esperando.
Si se quiere comprar algo, la pregunta ¿Verdad que sí me lo debo comprar? tendrá una serie de respuestas enfocadas a apoyar la compra. Conscientes de esto, los humanos nos acostumbramos a dar y darnos las respuestas esperadas y no las correctas. Es por ello que en las entrevistas de trabajo, cuando se le pregunta a una persona si fuma, más adelante en la misma entrevista se le preguntará su marca favorita de cigarrillos y al final le pedirán prestado un encendedor. Somos maestros en el arte de engañarnos y eso nos impide la sinceridad que requiere cualquier cambio.

Entendiendo que ser objetivo es algo prácticamente imposible de lograr, podemos quitar algo o mucho de subjetividad sí en lo que a nosotros corresponde, nos hacemos más de una sola pregunta y en más de un sentido.
La pregunta de "¿Por qué me va mal? puede ir acompañada de otras tales como:

¿Por qué te debe ir bien?
¿Qué es lo que estás haciendo mal y provoca los malos resultados? ¿Qué haces bien?
¿Qué deberías hacer o cambiar para que te vaya mejor?
¿A quién estás culpando erróneamente de que te vaya mal y te está distrayendo de tu responsabilidad?
Lo que dices que está bien ¿Realmente está bien?
¿Tu esfuerzo corresponde a tus resultados? ¿Por qué?
¿Estás sobrevalorando tus esfuerzos?
¿Eres sincero cuando dices que estás haciendo las cosas lo mejor posible?
¿Estás dispuesto a someterte a una evaluación externa y despiadada?
¿Realmente estás trabajando para que te vaya mejor?

Después de la décima pregunta tal vez nos descubramos a nosotros mismos metiendo la mano en el bolsillo inconscientemente a buscar el encendedor.
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