miércoles, 9 de junio de 2010

Leyendo la mano

Alberto Quiroga V.
(Ilustración: La mano de Escher reflejo en la esfera)

Hace unos días, saliendo del Acuario de Veracruz, se me acercó una gitana y me pidió leerme la mano. "Te cuesta poco", me dice. "Me cuesta mucho", pienso yo.

Le digo que no amable pero fírmemente, se da cuenta que no va a ganar nada conmigo y se va en pos de otro cliente.

Volteo y veo mi mano, convencido de que el futuro no se puede leer en su palma.

Sin embargo hoy me quiero leer la mano. La extiendo y veo cinco dedos, podrían ser tres solamente si un accidente hubiese sido más grave de lo que fue, lo que me lleva a darle gracias a Dios pues recuerdo que los tengo prestados. Es más, las dos manos las tengo prestadas.

Veo los pliegues, cada que cierro la mano la piel se pliega en el mismo lugar y eso ha provocado las líneas, tanto en los dedos como en la palma. Me doy cuenta como una repetición de un acto va dejando huella, sé que esas líneas no se formaron porque si y me cuestiono que hábitos, buenos y malos han dejado marca en mí y que mandan una señal a los demás de cómo soy.

Reviso las uñas, las tengo recortadas y limpias y recuerdo la escuela primaria, cuando me bajaban puntos por no limpiarmelas o traerlas largas. Por eso se quedó en mí el cuidarlas, aun cuando debo reconocer que se me hacía exagerado un punto menos por no cumplir, a la distancia sé que tuvo su razón de ser.

Veo un callo pequeño en el dedo medio donde se asienta la pluma. Cada vez escribo menos a mano y más en computadora. Queda muy poco de ese callo grande que se formaba cuando pasaba horas y horas dibujando a lápiz o llenando cuadernos con historias, caricaturas o tareas. Las huellas dactilares me dicen que soy único y también que no quiero ser fichado.

Comparo ambas manos. Diestro como soy se nota en el tamaño mayor de la derecha frente a la izquierda. Usarla más la ha desarrollado aun cuando al nacer eran iguales. Mis manos se ven un poco arrugadas en su dorso. Los años van pasando y la mano no es ajena a ello. Veo las cicatrices. Algunas, las más grandes, se recuerdan en su origen, otras, simplemente son testigos mudos del paso del tiempo.

La mano es sinónimo de ayuda cuando la brindo; de desprecio cuando la niego. Sirve para crear o para destruir, para acariciar o para maltratar. Analizar para que la hemos usado nos da un indicio de que tan buenos o malos hemos sido y puede anticipar así nuestro futuro.

Así que leo mis manos. Su desarrollo y destreza, poco o mucho, son el reflejo de lo que soy. Analizar qué, cómo y para qué las ocupo me ayudará a corregirme y modificar mi ser.
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