Una de las caricaturas más estresantes es sin duda la del Correcaminos y el Coyote, en la que además de alterar la cadena alimenticia, los constantes fracasos, unos más absurdos que otros, provocaron en muchos una insatisfacción que solamente pudo ser encauzada por un millonario japonés que encargó, se dice, que le dibujaran un episodio en el que finalmente el coyote atrapa a la veloz ave.
Para cazar al correcaminos, es decir, para lograr el éxito, el Coyote ocupaba constantemente productos especiales y en teoría maravillosos de la marca Acme, famosa por esa serie animada en la que ofrecía desde cohetes hasta despertadores, a tal grado que se convirtió en sinónimo de productos que no funcionaban pero que al mismo tiempo eran populares.
Curiosamente, nosotros tambien tenemos nuestros productos Acme, que si bien están siempre disponibles rara vez funcionan y me refiero a nuestros malos hábitos y sus respectivas justificaciones.
Los extranjeros, sobre todo los que vienen de paises desarrollados, se asombran de la laxitud que tenemos los latinos para el manejo del tiempo. La impuntualidad va desde minutos hasta horas y siempre aparecen nuestras justificaciones marca Acme, que nunca funcionan y siempre acaban dañándo más nuestra imagen (El tránsito, las marchas, las obras viales, el despertador que no sonó, me citaste a otra hora, acuerdate...)
También tenemos nuestros pretextos marca Acme para no quejarnos de la corrupción (Nadie hace caso) o para seguir contaminando (Es nada mas un papelito o una colillita de cigarro). También hay argumentos para no corregir a los jóvenes (La juventud es así) o para tolerar las injusticias que sufren otros (Ya le tocaba).
Nuestras disculpas marca Acme casi siempre estallan en nuestra cara (Te juro que te hable para cancelar la cita) o acaban aplastándonos (Se que te pedí una última oportunidad y te volví a fallar)
Muchas veces oi el mismo comentario de diferentes personas: ¿Por qué el coyote, si tiene dinero y tiempo para pedir tantas cosas, no manda pedir un pollo rostizado?
También la pregunta es la misma: ¿Por que si nuestros malos hábitos nos causan tanto daño, seguimos alimentándolos con pretextos en lugar de modificarlos?
¡Beep, beep!
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