viernes, 17 de abril de 2009

¡Que suerte!

Alberto D. Quiroga V.

Una vez un amigo me dijo que yo tenía tan mala suerte que si yo compraba un circo me crecían los enanos.

Aunque ahora se que esa frase es más o menos de uso común, en ese entonces me puse a pensar y coincidí en que efectivamente yo tenía muy mala suerte, pues reuní entre mis recuerdos una serie de sucesos de triste memoria, a tal grado de convencerme que por alguna razón el destino me había elegido para hacer una burla.

Pasado el tiempo, en la revista Selecciones leí un artículo sobre algunas falacias del tipo de la Leyes de Murphy y el por qué se daban por ciertas.

Por ejemplo: Se dice que siempre que se lava el auto llueve.

No falla -dicen algunos- lava tu auto y llueve. Y a mi me ha pasado que lo he lavado y ha llovido, pero también que lo he lavado y no ha llovido.

El autor del artículo de Selecciones mencionaba que las estadísticas desmentían las creencias populares de que siempre suena el teléfono cuando estás a la regadera, que te detienen cuando no traes licencia o que siempre cae la tostada del lado de la crema. La explicación -con la cual concuerdo plenamente- es que estas falsas ideas se van quedando grabadas porque los eventos adversos se recuerdan por más tiempo y de forma más profunda.

Con base en ello, hice nuevamente un recuerdo de los sucesos en los que yo había tenido mala suerte pero comencé a ponerle una columna más al análisis y agregue una serie de detalles en los que había tenido buena suerte, lo que me llevó a desmentir que yo era una persona con mala suerte, aunque si con malas creencias al respecto.

La lotería

Los juegos de azar que prometen premios fabulosos son uno de los temas cuando hablamos de suerte. Gente que nunca saca un premio a pesar de comprar durante años y gente que compra una sola vez y le atina nos lleva a pensar si no habrá algo más que las leyes de las probabilidades.

Dice una historia que un hombre desesperado llegó a una iglesia y pidió: Diosito, hazme ganar la lotería, quiero el dinero para un fin bueno-. Y escucho una voz celestial que respondía: Concedido.

Feliz el hombre salió de la iglesia.

La semana siguiente el hombre regreso y dijo: Diosito, hazme ganar la lotería, te repito que quiero el dinero para un fin bueno. Y nuevamente escucho la voz celestial: Concedido.

La semana siguiente volvió el hombre y ya no pidió, más bien reclamó: Señor, ¿Dónde está el premio de la lotería?

La voz celestial, paciente y tierna respondió: "Compra el boleto"

Se muy bien que Dios no tiene nada que ver en esos juegos, pero la historia me sirve para ejemplificar lo que creo que es la suerte.

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Conozco mucha gente que nunca se ha sacado nada en la lotería y que tampoco nunca ha jugado. Ahora que en mis conferencias otorgo un boleto gratuito a quienes asisten para participar en una rifa de herramientas, veo que algunos se resisten a depositarlo en la urna con el pretexto de que nunca se sacan nada.

Y si no depositan el boleto, menos.

Aquí entra una frase que escuche y que me ha gustado como la mejor definición de lo que es la suerte.

Dice así: "La suerte si existe, es cuando la capacidad y la oportunidad se encuentran"

Un día de camino a la escuela, mi hermana Margarita iba junto conmigo a la parada del camión cuando vio un billete tirado. Aun cuando ambos lo vimos, ella lo hizo primero y se agachó a recogerlo. Mientras yo me lamentaba de mi lentitud ella siguió caminando y se encontró otro que recogió, entonces me adelante y encontré una moneda, pero me pase lamentando no haber caminado más rápido. Supongo que alguien llevaba el bolsillo roto y al correr para abordar el camión perdió todo.

Sobre encontrarse dinero podemos poner a prueba la frase de conjuntar capacidad y oportunidad.

El dinero está tirado: Oportunidad.
Tú lo ves y lo recoges: Capacidad.

Te encuentras dinero es buena suerte. Lo pierdes es mala suerte.

Aquí no es cuestión de magia, es cuestión de equilibrio, uno pierde una oportunidad y otro la gana, uno tiene la capacidad de recoger el dinero y otro no tuvo la capacidad de retenerlo.

En alguna ocasión alguien le hizo el comentario al golfista sudafricano Gary Player: "Señor Player, que suerte tiene". Si -contestó- y he notado que mientras más practico más suerte tengo.

Con base en la definición, la gente que tiene suerte ubica y provoca oportunidades y las aprovecha. No basta tener las oportunidades. Hay personas que han nacido en la opulencia y acaban muertas en la indigencia y lo contrario, gente de orígenes pobres que llegan a hacer mucho dinero.

En la adversidad se desarrollan muchas capacidades que no se desarrollarían en ambientes favorables. Recuerdo que en la universidad, al carecer de dinero para comprar libros aprovechaba el corto tiempo en que nos los prestaban en la biblioteca, los leía, revisaba y hacía resúmenes. Compañeros con dinero adquirían el libro y a veces ni siquiera lo hojeaban. En ese caso ¿Era suerte tener quien o con qué comprar el libro? La oportunidad estaba, la capacidad de estudio no.

Generando suerte

Si la suerte es la conjunción de oportunidad-capacidad, podemos generarla aumentando el universo de nuestras oportunidades. Mientras más oportunidades tengamos mejor. Leyendo hace poco consejos para enfrentar la crisis, vi una recomendación básica para quien no tiene empleo: Buscarlo.

Buscar empleo si no se tiene es obvio, pero mucha gente desempleada se sienta a lamentarse esperando que le llamen o dice salir a buscar trabajo esperando no encontrarlo. Varios conocidos me han confirmado esto cuando los he enviado a entrevistas a las que no se han presentado, por la razón que sea.

Otras personas meten una sola solicitud a la vez y esperan a que les llamen, cuando lo recomendable es meter las más posibles.

En ventas, por ejemplo, se da mucho el caso de la "suerte de principiante". El nuevo o la nueva del equipo empieza a vender donde otros han fracasado y se resume simplonamente en una suerte de principiante.

Un vendedor nuevo generalmente no ha llenado su cabeza de limitaciones y trae algo que se llama hambre. Por eso contacta a mucha gente (oportunidades) y da lo mejor de si (capacidades) por lo que suele vender más.

Conforme avanza y llega a una zona de confort, pierde el hambre y gana restricciones mentales que lo llevan a desechar clientes "porque a lo mejor no compran". Disminuye oportunidades y capacidades y su suerte decae.

En conclusión, si queremos mejorar nuestra suerte debemos ubicar o generar más oportunidades y mejorar constantemente nuestras capacidades.

Buena suerte.

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