martes, 17 de agosto de 2010

El polizón



En las novelas de aventuras, la figura del polizón era frecuente, cuando el protagonista solía introducirse a escondidas en un barco o tren ya fuera para seguir al malo o para huir sin dinero de quien lo quería matar.

Viajar a escondidas, actualmente, puede tener diferentes motivos, que van desde la aventura y la rebeldía adolescente hasta el miedo y la desesperación de alejarse de un lugar que no representa nada bueno.

Generalmente, cuando en las películas o novelas se nos presenta el personaje del polizón, nos identificamos con este y sentimos lástima cuando se le trata como delincuente y se le intenta arrojar al agua. Solemos identificarnos con el más débil. Pero si nos ponemos en el lugar del capitán de un barco con comida apenas suficiente para una tripulación, una persona que consume, que no trabaja y que quién sabe qué mañas tenga es algo más que dañina. Además, en algunos puertos, llegar con alguien sin papeles podría ser interpretado como tráfico ilegal de personas, siendo culpado el capitán del barco. En el caso de los trenes, un viajero sin boleto se prestaba a malas interpretaciones, dando la duda si esa persona viajaba pagando un pasaje menor a uno de los boleteros.

Es por ello que los polizones solían ser arrojados inmediatamente, para evitar daños mayores.

El éxito del polizón, por lo tanto, es estar allí y pasar desapercibido, comer sin que lo noten, viajar y bajarse sin que lo vean. Pero el daño real y potencial que representa llevar este viajero incognito es muy grande. Un ejemplo muy moderno de polizones es el que ocurre cuando se meten en los compartimientos de las llantas de los aviones, donde pueden morir aplastados por el mecanismo de retracción de las llantas o por las bajas temperaturas y falta de oxígeno que se presenta a grandes alturas. Imagínate el problema legal de explicar un muerto que aparece de repente en una pista de aterrizaje.

Si por un lado en las películas nos ponemos del lado del pobre polizón, en la vida real, no quisiéramos subir a nuestro tren, barco o avión a alguien que nos cause problemas.

Pero la realidad es que los subimos.

Todos tenemos pensamientos polizones, que no aportan pero cómo estorban. Aparentemente no dañan, están allí sin que a veces los notemos porque hay áreas de nosotros mismos que a veces no revisamos.

Existen personas que siguen odiando a gente que ya murió. Otras recuerdan a cada rato la hacienda que perdió la familia en la revolución y que si ahora la tuvieran no estarían tan amolados. Una más recuerda con molestia extrema su fiesta de quince años solamente porque su mejor amiga derramó sin querer un poco de refresco en el vestido. Todos esos pensamientos, magnificados al paso del tiempo, se convierten en compañeros incógnitos y cuando los descubrimos, no es raro solidarizarnos con ellos y decir "pobrecito de mí" cuando lo pertinente sería tirarlos por la borda y seguir adelante.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario