Alberto Quiroga V.
La obra más conocida de Daniel Defoe es sin duda Robinson Crusoe. Este personaje de novela, perdido en la inmensidad del mar, en una isla desierta, sirvió de tema a películas, a otras novelas y por qué no, a muchos sueños de adolescentes hartos de sus padres, donde el vivir alejado de todo, en una isla de la que su único habitante es dueño y señor, suena muy atractivo.
Al igual que con otras novelas, mucha gente conoce la trama pero nunca ha leído la obra. Vale la pena leerla, porque nos narra el encuentro de un hombre consigo mismo y considerando que muchos mueren sin conocerse, tal vez la novela pudiera ayudar en parte a conocernos.
En lo personal, cuando leí la novela por primera vez, mi primera reflexión fue que difícilmente yo sobreviviría a una aventura así, pues carezco de muchas habilidades necesarias y que el protagonista si poseía, como saber nadar, cocinar, disparar un arma, carpintería y agricultura. Con todas esas habilidades, Robinson pudo sobrevivir por muchos años hasta ser rescatado.
Pero ahora, lo que más me gusta de Robinson es su aceptación y su responsabilidad. Aun cuando él se ve en esa situación complicada por su propia decisión, pues se embarca en contra de lo que sus padres le sugieren, una vez que naufraga y se encuentra solo, se detiene muy poco a lamentarse. Constantemente se enfrentará a problemas que ira solucionando, algunas veces con sus conocimientos previamente adquiridos y en otras ocasiones con su ingenio, pero muy pocas veces lamentando su suerte o abandonándose a las circunstancias.
En resumen, es responsable de sus decisiones y de su situación.
Esta es una de las grandes enseñanzas de esta novela. Solamente podemos solucionar nuestros problemas mientras aceptemos que son nuestros.
No me imagino a Robinson culpando a su padre en Inglaterra por cosas que le suceden a él en el Atlántico. No me lo imagino culpando al torpe y muerto capitán del barco, por haber encallado o a los latifundistas que le ofrecieron el viaje ilegal para traficar esclavos. Robinson simplemente acepta que sus decisiones le traen consecuencias y trata de enfrentarlas de la mejor manera.
Probablemente, Robinson se hubiera comportado de diferente manera si hubiera sobrevivido con diez hombres más, pero al hallarse solo, simplemente no tiene a quien echarle la culpa o quien le sirva de comparsa en ese juego que jugamos de culpar a los demás.
Nuestros problemas diarios, nuestras decisiones y nuestros errores a veces deben ser como una isla desierta. Si bien es aceptable buscar ayuda, debemos reconocer que en primera instancia todo lo que hacemos es nuestro y nos acarrea consecuencias y que si éstas no son favorables, es a nosotros a quienes nos compete enfrentarlas y cambiarlas.
Pero si le dejamos la responsabilidad de nuestro cambio a los demás, difícilmente ellos se encargarán de resolver nuestros problemas porque cada quien tiene los propios.
Cada quien es responsable de su propio cambio. Las malas decisiones llevan a Robinson al naufragio. La soledad de la isla lo lleva a aceptar la responsabilidad propia y esta aceptación lo lleva a resolver sus problemas. Al final acaba agradecido con Dios y con la vida.
En su naufragio, Robinsón decidió no usar ese cómodo salvavidas que es culpar a los demás.
.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario