Alberto Quiroga Venegas
Obra de Dios, porque quien sino El podría diseñarla, el corazón es toda una maravilla de ingeniería mecánica e hidráulica.
Late sin cesar y con pasión, se acelera cuando se requiere más sangre y se detiene cuando no se le necesita más. Allí está, en nuestro pecho, trabajando callada y anónimamente por años y años y nos acordamos de él cuando nos da problemas pero no cuando se los damos.
Un cardiólogo mencionaba que muchos de sus pacientes maltrataron su corazón como si no lo tuvieran, sometiéndolo a trabajos extenuantes, cargándole las venas y arterias de colesterol, robándole el oxígeno con el humo del cigarro y forzándolo a tensiones que lo envejecen, para que al final, se lamenten de tener un "mal corazón".
Y si nos olvidamos del corazón que tenemos en el pecho, con mucha mayor razón nos olvidamos de esos "corazones" que tenemos por la vida, que nos han brindado fuerza cuando parecía que ya no teníamos o que nos han sostenido vivos cuando andamos deprimidos e inconscientes por la vida. Esos corazones que ocultos, no en el pecho sino en la vida, nos brindan el alimento espiritual que necesitamos y que casi nunca agradecemos.
Esos amigos corazones, ocultos a la vista por nuestra falta de agradecimiento, están así hasta que dan problemas. Nos acordamos de ellos cuando se mueren, cuando se cambian de trabajo o de casa, cuando por alguna razón nos niegan el favor que siempre nos hacen y entonces si pensamos en ellos. Es cuando reparamos en que en verdad los tenemos.
El músculo cardiaco, el que tenemos en el pecho, merece que lo cuiden. Los amigos corazones, los que tenemos allá afuera, también.
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