martes, 10 de febrero de 2009

Como el agua…


Alberto Quiroga Venegas.

Creo que uno de los motivos por los que comenzamos a envejecer (a cualquier edad) es quedarnos estáticos mucho tiempo.

Tengo algo de tiempo pensando en ello porque a la par de tener ya 40 años me he enfrentado continuamente a problemas de humedad en mi casa y veo que el agua parece nunca estarse quieta porque invadió pisos, paredes y solo se contuvo cuando impermeabilizamos todo lo impermeabilizable.

Viviendo en una zona con desniveles y teniendo la desventaja de estar debajo de los vecinos, cualquier inundacion en el patio contiguo representaba una inundación en mi casa porque el agua siempre busca el movimiento y su nivel.

Paralelo a ello, suelo acumular el agua que cae de la azotea en botes para aprovecharla para lavar los patios o regar el jardín, pero esa agua acumulada si se queda por varios días se enlama y se echa a perder. Es decir, al no moverse se pudre.

A los seres humanos nos sucede igual, debemos movernos para evitar pudrirnos. Debemos buscar correr y encontrar nuestro nivel para no quedar enlamados e inservibles.

Sobre de esto, Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido” nos platica como los sobrevivientes de los campos de concentración tenían algo en común y era que todos ellos tenían un motivo para vivir.

Ese motivo –lo que nos mueve- hará que como el agua no nos quedemos estáticos con riesgo de quedar podridos. Todo movimiento crea incertidumbre, pero ésta puede ser compensada con los beneficios de moverse adecuadamente.

Hace algunos años, promoviendo unos cursos de capacitación, visite a un mecánico casi anciano quien se negó rotundamente a asistir porque “ya no tenía ningún caso tratar de aprender”. Le pregunté si tenía otros ingresos y me dijo que no, pero estaba convencido de que a su edad ya tenía todo perdido y que solamente le restaba esperar la muerte y seguir trabajando en los autos de carburador porque era inútil intentar aprender la inyección electrónica de combustible.

Esa entrevista me dejó pensando acerca de si en verdad perdiamos la capacidad de aprender con los años y que llegando a determinada edad más valía la pena bajar el interruptor y apagar nuestras ganas de vivir, por lo que busqué respuesta en algunos libros y en algunas personas, llegando a la conclusión que la capacidad de aprender no se pierde por la edad sino por olvidarla, tal como a veces en un patio se nos queda acumulada agua y la encontramos tiempo despues enlamada y llena de parásitos.

Un amigo de mi padre, el Lic. Guillermo Mendizabal, platicaba en alguna ocasión que las personas le alababan su prodigiosa memoria, aparentemente intacta a los setenta y tantos años. El comentaba que no era que tuviese una prodigiosa memoria, simplemente la utilizaba adecuadamente y había aprendido a poner ciertas claves para almacenar y acumular información y sacarla en las pláticas cuando convenía.

El se mantuvo activo casi hasta su muerte atendiendo un despacho de abogados y asesorando empresas y si algo me llamó la atención de él es que participaba en proyectos que al parecer no tenían ninguna relación como la abogacía.

Por ejemplo, gracias a sus amistades y su cultura, le encargaron varias veces el trabajo de nombrar calles en colonias nuevas y me mencionaba que era necesario llevar una secuencia y un orden para hacerlo, ya fuera con nombres de pájaros, pintores o militares.

En el extremo contrario, conozco muchas personas, algunas de ellas menores a 30 años, que se autolimitan y se cierran a trabajar exclusivamente de lo mismo, se ponen bloqueos y se repiten constantemente todas aquellas limitaciones que tienen, provocando un efecto de reforzamiento.

Gentes que las despiden de un trabajo y caen en una depresión tremenda porque su mundo era la empresa en la que trabajaban, no aciertan sino a salir a buscar trabajo exactamente de lo mismo que hacían cerrándose las puertas a laborar en muchas otras cosas, inclusive como autoempleados.

Estas personas se me figuran con tristeza a un balde lleno de agua, estático, enlamándose, esperando solamente a que alguien venga a moverlos.

Por eso me repito constantemente: Debemos ser como el agua, que es necesario que se mueva para que de frutos y riegue la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario