Alberto D. Quiroga V.
En días pasados, cuando vimos que los consejeros del IFE decidieron aumentarse el sueldo a $330 mil pesos mensuales, lo cual es el equivalente de 16 años de salario mínimo de un obrero, se me vino a la mente algo que creo que se confunde mucho en México y es el poder con el deber.
Que los consejeros puedan aumentarse por si mismos el salario, no les da derecho a que lo hagan. En toda empresa sana, la gente gana en concordancia con lo que produce y con las responsabilidades que tiene. De hecho, cuando no se sigue esta norma y se empieza a pagar de acuerdo al apellido (por ser hijo del dueño) a favores (por acompañar al jefe a fiestas extra laborales) por corrupción (porque sabe y hace cosas sucias), una empresa, en ese punto de los sueldos y salarios, sale de la sanidad para entrar a la enfermedad.
Claro que en el gobierno, sin ningún control, estos abusos se pueden dar y ahora, afortunadamente gracias a la presión que hizo la sociedad parece que la medida de los consejeros se echa para atrás, lo cual esperamos sea en forma definitiva y no hasta que se calmen las cosas y exista un distractor mayor.
Por otra parte, veo que estos abusos de poder se dan en todos los niveles de la sociedad y desafortundamente nos estamos acostumbrando a ello.
Todas las mañanas, camino a la escuela de mis hijos, me encuentro con gente que “barre” la banqueta a manguerazos. En una ocasión se me ocurrió decirle a una persona que no lo hiciera y su respuesta fue: Yo la pago y a ti te vale…
¿Pagar el agua nos da derecho a desperdiciarla?
Recuerdo en una ocasión que comí en un restaurante con unos conocidos y dos de ellos llevaban a su niña de tres años. Para la niña pidieron un plato de papas a la francesa las cuales no fueron comidas sino metódicamente tiradas una por una al piso.
A la primera, le señale a la mamá que la niña había tirado una papa, a la segunda espere, a la tercera, cuarta y quinta, me moleste y le repetí a la mamá que la niña estaba tirando las papas al piso y la respuesta fue: Yo las voy a pagar…
¿Pagar las papas nos da derecho a tirarlas a la basura?
Y estos ejemplos se trasladan a muchos ámbitos. Los jóvenes caminan bajo las banquetas por el “derecho” que les da ir en bola. El que tiene un auto más grande que el tuyo te obliga a frenarte con el “derecho” que le da su mayor masa vehicular. Los jefes obligan a los empleados a hacer tareas improductivas con el “derecho” que les da el escalafón y la amenaza de que “si tú no quieres, hay una fila de gente esperando por tu puesto”.
Esto nos lleva a imaginar a dónde llegaremos si continuamos con esa tendencia de confundir el puedo con el debo y yo me imagino que vamos a llegar al caos en el cual el más fuerte impone su ley. Y esas sociedades generalmente acaban fracasando.
La pregunta aquí es: ¿Nosotros que podemos hacer? Y creo que tenemos la respuesta en comenzar por nuestros hijos, hermanos, conocidos, alumnos o clientes, invitando a todos ellos a respetar el derecho, tanto ajeno como propio y evitar caer en la tentación de hacer algo malo simplemente porque puedo hacerlo.
Si vas con un amigo y quiere estacionarse en doble fila porque sólo se tardará un minuto, invítalo a que se estacione más adelante donde no estorbe. Si tu hijo desperdicia agua por jugar, recuerdale que se nos está acabando y que es injusto que lo haga.
Y así, poco a poco podremos regresar a la gente a la reflexión del “Puedo, pero no debo”.
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viernes, 27 de febrero de 2009
lunes, 23 de febrero de 2009
¿Hacia donde corres?
Alberto D. Quiroga V.
Más de una vez me han preguntado en algún curso que por que si le echan ganas al trabajo les va mal.
Y esa es una muy buena pregunta.
¿Por que si una persona se esfuerza, sus esfuerzos no siempre se ven recompensados?
La respuesta puede ser muy sencilla.
Un hombre quería ganar una carrera. Se preparó, entrenó, cuidó su alimentación y sus hábitos, y se presentó a tiempo el día de la carrera.
Pero nunca llegó a la meta. Al escuchar el disparo, nuestro hombre comenzó a correr en sentido contrario, y lo hizo con todo su esfuerzo, como nunca, pero en la dirección equivocada.
_________________________________________________
He aquí la importancia de tener las metas y los objetivos bien definidos.
Correr en el sentido equivocado, no te acerca al objetivo, te aleja y mientras más fuerte corras, mas te distanciarás de tu meta.
Un ejemplo práctico de esto es solicitar un préstamo bancario sin tener claro para qué y cómo se va a usar, y sin tener las bases administrativas necesarias para controlarlo.
En lugar de ayudar a la persona que lo solicitó, la perjudicará, porque no le resolverá los problemas y la endeudará más.
Hace tiempo platicábamos que las buenas intenciones no garantizan la efectividad de un proyecto, ahora agregaré que el entusiasmo por sí mismo tampoco. Es importante, pero no lo es todo.
En conclusión: No basta correr con todas tus ganas, debes correr en la dirección correcta.
Más de una vez me han preguntado en algún curso que por que si le echan ganas al trabajo les va mal.
Y esa es una muy buena pregunta.
¿Por que si una persona se esfuerza, sus esfuerzos no siempre se ven recompensados?
La respuesta puede ser muy sencilla.
Un hombre quería ganar una carrera. Se preparó, entrenó, cuidó su alimentación y sus hábitos, y se presentó a tiempo el día de la carrera.
Pero nunca llegó a la meta. Al escuchar el disparo, nuestro hombre comenzó a correr en sentido contrario, y lo hizo con todo su esfuerzo, como nunca, pero en la dirección equivocada.
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He aquí la importancia de tener las metas y los objetivos bien definidos.
Correr en el sentido equivocado, no te acerca al objetivo, te aleja y mientras más fuerte corras, mas te distanciarás de tu meta.
Un ejemplo práctico de esto es solicitar un préstamo bancario sin tener claro para qué y cómo se va a usar, y sin tener las bases administrativas necesarias para controlarlo.
En lugar de ayudar a la persona que lo solicitó, la perjudicará, porque no le resolverá los problemas y la endeudará más.
Hace tiempo platicábamos que las buenas intenciones no garantizan la efectividad de un proyecto, ahora agregaré que el entusiasmo por sí mismo tampoco. Es importante, pero no lo es todo.
En conclusión: No basta correr con todas tus ganas, debes correr en la dirección correcta.
miércoles, 18 de febrero de 2009
Si Dios quiere...
Alberto D. Quiroga V.
Recuerdo que en la primaria nos enseñó un maestro la importancia de las jaculatorias, esas oraciones breves que nos ayudan a recordar y alabar la presencia de Dios.
Primero Dios; Dios mediante; Si Dios quiere y otras similares nos sirven al ser usadas constantemente para recordar que la vida no la tenemos comprada y que en este mundo solamente vamos de paso.
Pero en alguna ocasión me he topado con gente que responde a mi 'Dios mediante' con un 'Dios aquí no tiene nada que ver'.
Déjenme explicarles: Quedo con alguna persona en vernos el próximo jueves -y agrego- Dios mediante, y me dicen -Dios no tiene nada que ver, si no vienes es porque no quieres.
O digo, si Dios quiere, el proximo año estaremos organizando el evento, y me objetan -No, no es si Dios quiere, lo vamos a hacer porque tenemos la capacidad...
En alguna ocasión reflexione sobre la futilidad (poca importancia) de hacer planes. Basta una pequeña miga de pan para ahogar a un hombre, por muy poderoso que sea. Hace mucho tiempo, ante una fuerte afección de la garganta, experimente que ésta se me cerrara con mis propias mucosidades y de no ser por la oportuna intervención de mi hermano Andrés, médico, yo tal vez no estaría escribiendo estas líneas.
Un auto que se cruza en nuestro camino, una bala perdida en un asalto, un repentino paro cardiaco, son algunos de los ejemplos de situaciones que podrían entorpecer nuestros planes.
Pero esto es sólo el aspecto negativo, ¿Qué pasa si tenemos todas las capacidades y oportunidades para hacer un negocio o entablar una relación pero ésta no será provechosa o benéfica -no económica, sino también moralmente- para nosotros? Un si Dios quiere podría llevarnos a abrir los ojos al peligro de esa situación.
Por ejemplo, hay negocios que son moralmente malos y reprobables, aunque económicamente atractivos, como la pornografía o el narcomenudeo, allí obviamente no cabrian frases como un 'si Dios quiere, el martes te tengo las fotos de las niñas que me pediste' o 'Dios mediante mañana te entrego tu cargamento', porque Dios, efectivamente, no tiene nada que ver con ese tipo de negocios, que son más bien resultado de la libertad de acción de los seres humanos.
Por lo tanto, yo seguire diciendo Dios mediante y si Dios quiere, porque el día que ya no lo pueda decir, será porque estaré (Dios no lo quiera) metido en algo donde El no tenga nada que ver.
lunes, 16 de febrero de 2009
La costumbre del chisme
Alberto D. Quiroga V.
Pasando por los nombres de curiosidad, chisme o el muy nahuatl de mitote, la costumbre de perder el tiempo en lo que no es provechoso sigue estando muy arraigada en nosotros.
Tengo ya algun tiempo pensando si no sería muy ocioso realizar un estudio para saber cuanto tiempo perdemos en cosas que no nos importan, y cuanto tiene de costo oculto la costumbre de meternos donde no nos llaman.
Por ejemplo: Yo vivo en la salida a Queretaro, en las orillas de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Todos los días me enfrento a un tránsito de vehículos realmente pesado, pero hay diás en que lo pesado se vuelve insoportable, y lo que se recorre en 30 minutos se acaba recorriendo en 50 o 60.
¿La causa? Tal vez un choque ligero entre dos automóviles. Pero lo comentable de esto es que es muy probable que los dos automoviles involucrados en el choque esten sobre el acotamiento, y en teoría no obstruyen el paso. Pero la necesidad o el morbo de enterarse que paso hace que los automovilistas disminuyan la velocidad, (tanto en el primero, como en el segundo o tercer carril) y algunos hacen alto total con tal de enterarse si hubo muertos o heridos, o simplemente ver que pasa.
Sumando el tiempo que perdemos todos. ¿Cuantas horas hombre se perderan por un simple alcance entre dos autos?. No lo sabemos con seguridad, pero sin duda es mucho.
Lo curioso del caso, es que los que estamos haciendo fila para pasar, nos desesperamos, pero cuando llegamos al lugar del suceso, contribuimos con unos segundos a lo que minutos antes criticabamos. Aquí, a la cultura del chisme se une la cultura del egoísmo.
Cuantas veces una ambulancia no ha podido llegar a tiempo, porque decenas o centenas de chismosos bloquean los accesos, y no solo no ayudan sino que entorpecen. ¿Podremos calcular las muertes por estas causas? ¿Podremos ponerle precio a una vida humana?
Eso es en la calle. ¿Qué pasa en las empresas?
En los negocios y oficinas se pierde mucho tiempo hablando de cosas que "pudiesen ser", pero que nadie sabe. Que si va a haber recorte de personal, que si Fulanito se está robando información, que si Perenganita y Zutanito andan...
Y cosas por el estilo. Nuevamente resulta imposible saber el costo de esta tendencia, y sus repercusiones.
No sabemos cuanto cuesta a una persona recuperar su autoestima después de verse involucrada en un chisme, o cuantos ascensos se han visto bloqueados por rumores, o cuanta gente ha caido en la depresión por informaciones que no eran ciertas, pero que tuvieron el tino de afectarle.
Son solo dos campos en los cuales nos damos cuenta que nuestros viejos tenían razón cuando nos enseñaron que mucho ayuda el que no estorba.
Es decir, si lo que estamos haciendo no es benéfico para nadie, es mejor no hacerlo.
O mejor aun, que todo lo que hagamos tenga una utilidad, y no un perjuicio.
Pasando por los nombres de curiosidad, chisme o el muy nahuatl de mitote, la costumbre de perder el tiempo en lo que no es provechoso sigue estando muy arraigada en nosotros.
Tengo ya algun tiempo pensando si no sería muy ocioso realizar un estudio para saber cuanto tiempo perdemos en cosas que no nos importan, y cuanto tiene de costo oculto la costumbre de meternos donde no nos llaman.
Por ejemplo: Yo vivo en la salida a Queretaro, en las orillas de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Todos los días me enfrento a un tránsito de vehículos realmente pesado, pero hay diás en que lo pesado se vuelve insoportable, y lo que se recorre en 30 minutos se acaba recorriendo en 50 o 60.
¿La causa? Tal vez un choque ligero entre dos automóviles. Pero lo comentable de esto es que es muy probable que los dos automoviles involucrados en el choque esten sobre el acotamiento, y en teoría no obstruyen el paso. Pero la necesidad o el morbo de enterarse que paso hace que los automovilistas disminuyan la velocidad, (tanto en el primero, como en el segundo o tercer carril) y algunos hacen alto total con tal de enterarse si hubo muertos o heridos, o simplemente ver que pasa.
Sumando el tiempo que perdemos todos. ¿Cuantas horas hombre se perderan por un simple alcance entre dos autos?. No lo sabemos con seguridad, pero sin duda es mucho.
Lo curioso del caso, es que los que estamos haciendo fila para pasar, nos desesperamos, pero cuando llegamos al lugar del suceso, contribuimos con unos segundos a lo que minutos antes criticabamos. Aquí, a la cultura del chisme se une la cultura del egoísmo.
Cuantas veces una ambulancia no ha podido llegar a tiempo, porque decenas o centenas de chismosos bloquean los accesos, y no solo no ayudan sino que entorpecen. ¿Podremos calcular las muertes por estas causas? ¿Podremos ponerle precio a una vida humana?
Eso es en la calle. ¿Qué pasa en las empresas?
En los negocios y oficinas se pierde mucho tiempo hablando de cosas que "pudiesen ser", pero que nadie sabe. Que si va a haber recorte de personal, que si Fulanito se está robando información, que si Perenganita y Zutanito andan...
Y cosas por el estilo. Nuevamente resulta imposible saber el costo de esta tendencia, y sus repercusiones.
No sabemos cuanto cuesta a una persona recuperar su autoestima después de verse involucrada en un chisme, o cuantos ascensos se han visto bloqueados por rumores, o cuanta gente ha caido en la depresión por informaciones que no eran ciertas, pero que tuvieron el tino de afectarle.
Son solo dos campos en los cuales nos damos cuenta que nuestros viejos tenían razón cuando nos enseñaron que mucho ayuda el que no estorba.
Es decir, si lo que estamos haciendo no es benéfico para nadie, es mejor no hacerlo.
O mejor aun, que todo lo que hagamos tenga una utilidad, y no un perjuicio.
El peor castigo
Alberto D. Quiroga V.
Platicando con un amigo, salió el tema de cómo algunos hombres malos parecen contar con un permiso especial de la vida para hacer el mal y quedar aparentemente sin castigo.
¿Por qué esas personas -preguntaba mi amigo- hacen tanto daño y les va bien?
Creo que esa pregunta nos la hemos hecho muchas veces. Existen personas que engañan, roban, dañan y parecen estar como si nada.
Por mi parte, considero que esas personas tienen en sí su peor castigo. ¿Qué peor castigo que vivir consigo mismas toda la vida?
A veces se desprecia, otras se oculta o se trata de acallar. Pero la conciencia permanece y no nos deja estarnos quietos. Cómo engañarnos y sentirnos tranquilos cuando sabemos que vamos dejando un rastro de enemigos en aquellos de quien nos hemos aprovechado.
Hablando de metáforas de vida, existe una que me gusta mucho y es comparar la vida con un carrito de supermercado. Podemos echarle lo que queramos, pero tarde o temprano hay que pagar.
Con base en esta metáfora, podemos hacer el mal, pero acabaremos pagando por ello. Y como decía, algunos echan en su carrito pescado podrido y se repiten a sí mismos que es pescado fresco y la peste les acompaña durante el viaje.
Otros, que no alcanzan a percibir el olor, se quedan con la idea de que aquel lleva pescado fresco y llegan hasta a envidiarlo.
Si dejáramos de juzgar las cosas de golpe y nos diéramos la oportunidad de juzgar en el largo plazo, veríamos que quien hace el mal no acaba bien y que así como la publicidad engañosa oculta los defectos de un producto así el mal suele ocultar sus consecuencias para hacerse atractivo.
Ahora que está de moda el tema de las tarjetas de crédito y que muchas personas deben mucho más del equivalente en dinero de los productos que adquirieron a crédito, se me viene a la mente la reflexión de San Pablo acerca de que el mal es atractivo porque paga pronto. Al igual que en las tarjetas de crédito, el mal da la oportunidad de acceder a lo que no es posible por vías normales. Paga rápido, en pesos, pero cobra en dólares y con intereses.
La pregunta ahora es: ¿Envidiarías a quien está ahogado en deudas por su tarjeta de crédito? ¿No? Tampoco envidies a quien hace mal y aparentemente le va bien.
Platicando con un amigo, salió el tema de cómo algunos hombres malos parecen contar con un permiso especial de la vida para hacer el mal y quedar aparentemente sin castigo.
¿Por qué esas personas -preguntaba mi amigo- hacen tanto daño y les va bien?
Creo que esa pregunta nos la hemos hecho muchas veces. Existen personas que engañan, roban, dañan y parecen estar como si nada.
Por mi parte, considero que esas personas tienen en sí su peor castigo. ¿Qué peor castigo que vivir consigo mismas toda la vida?
A veces se desprecia, otras se oculta o se trata de acallar. Pero la conciencia permanece y no nos deja estarnos quietos. Cómo engañarnos y sentirnos tranquilos cuando sabemos que vamos dejando un rastro de enemigos en aquellos de quien nos hemos aprovechado.
Hablando de metáforas de vida, existe una que me gusta mucho y es comparar la vida con un carrito de supermercado. Podemos echarle lo que queramos, pero tarde o temprano hay que pagar.
Con base en esta metáfora, podemos hacer el mal, pero acabaremos pagando por ello. Y como decía, algunos echan en su carrito pescado podrido y se repiten a sí mismos que es pescado fresco y la peste les acompaña durante el viaje.
Otros, que no alcanzan a percibir el olor, se quedan con la idea de que aquel lleva pescado fresco y llegan hasta a envidiarlo.
Si dejáramos de juzgar las cosas de golpe y nos diéramos la oportunidad de juzgar en el largo plazo, veríamos que quien hace el mal no acaba bien y que así como la publicidad engañosa oculta los defectos de un producto así el mal suele ocultar sus consecuencias para hacerse atractivo.
Ahora que está de moda el tema de las tarjetas de crédito y que muchas personas deben mucho más del equivalente en dinero de los productos que adquirieron a crédito, se me viene a la mente la reflexión de San Pablo acerca de que el mal es atractivo porque paga pronto. Al igual que en las tarjetas de crédito, el mal da la oportunidad de acceder a lo que no es posible por vías normales. Paga rápido, en pesos, pero cobra en dólares y con intereses.
La pregunta ahora es: ¿Envidiarías a quien está ahogado en deudas por su tarjeta de crédito? ¿No? Tampoco envidies a quien hace mal y aparentemente le va bien.
martes, 10 de febrero de 2009
Como el agua…
Alberto Quiroga Venegas.
Creo que uno de los motivos por los que comenzamos a envejecer (a cualquier edad) es quedarnos estáticos mucho tiempo.
Tengo algo de tiempo pensando en ello porque a la par de tener ya 40 años me he enfrentado continuamente a problemas de humedad en mi casa y veo que el agua parece nunca estarse quieta porque invadió pisos, paredes y solo se contuvo cuando impermeabilizamos todo lo impermeabilizable.
Viviendo en una zona con desniveles y teniendo la desventaja de estar debajo de los vecinos, cualquier inundacion en el patio contiguo representaba una inundación en mi casa porque el agua siempre busca el movimiento y su nivel.
Paralelo a ello, suelo acumular el agua que cae de la azotea en botes para aprovecharla para lavar los patios o regar el jardín, pero esa agua acumulada si se queda por varios días se enlama y se echa a perder. Es decir, al no moverse se pudre.
A los seres humanos nos sucede igual, debemos movernos para evitar pudrirnos. Debemos buscar correr y encontrar nuestro nivel para no quedar enlamados e inservibles.
Sobre de esto, Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido” nos platica como los sobrevivientes de los campos de concentración tenían algo en común y era que todos ellos tenían un motivo para vivir.
Ese motivo –lo que nos mueve- hará que como el agua no nos quedemos estáticos con riesgo de quedar podridos. Todo movimiento crea incertidumbre, pero ésta puede ser compensada con los beneficios de moverse adecuadamente.
Hace algunos años, promoviendo unos cursos de capacitación, visite a un mecánico casi anciano quien se negó rotundamente a asistir porque “ya no tenía ningún caso tratar de aprender”. Le pregunté si tenía otros ingresos y me dijo que no, pero estaba convencido de que a su edad ya tenía todo perdido y que solamente le restaba esperar la muerte y seguir trabajando en los autos de carburador porque era inútil intentar aprender la inyección electrónica de combustible.
Esa entrevista me dejó pensando acerca de si en verdad perdiamos la capacidad de aprender con los años y que llegando a determinada edad más valía la pena bajar el interruptor y apagar nuestras ganas de vivir, por lo que busqué respuesta en algunos libros y en algunas personas, llegando a la conclusión que la capacidad de aprender no se pierde por la edad sino por olvidarla, tal como a veces en un patio se nos queda acumulada agua y la encontramos tiempo despues enlamada y llena de parásitos.
Un amigo de mi padre, el Lic. Guillermo Mendizabal, platicaba en alguna ocasión que las personas le alababan su prodigiosa memoria, aparentemente intacta a los setenta y tantos años. El comentaba que no era que tuviese una prodigiosa memoria, simplemente la utilizaba adecuadamente y había aprendido a poner ciertas claves para almacenar y acumular información y sacarla en las pláticas cuando convenía.
El se mantuvo activo casi hasta su muerte atendiendo un despacho de abogados y asesorando empresas y si algo me llamó la atención de él es que participaba en proyectos que al parecer no tenían ninguna relación como la abogacía.
Por ejemplo, gracias a sus amistades y su cultura, le encargaron varias veces el trabajo de nombrar calles en colonias nuevas y me mencionaba que era necesario llevar una secuencia y un orden para hacerlo, ya fuera con nombres de pájaros, pintores o militares.
En el extremo contrario, conozco muchas personas, algunas de ellas menores a 30 años, que se autolimitan y se cierran a trabajar exclusivamente de lo mismo, se ponen bloqueos y se repiten constantemente todas aquellas limitaciones que tienen, provocando un efecto de reforzamiento.
Gentes que las despiden de un trabajo y caen en una depresión tremenda porque su mundo era la empresa en la que trabajaban, no aciertan sino a salir a buscar trabajo exactamente de lo mismo que hacían cerrándose las puertas a laborar en muchas otras cosas, inclusive como autoempleados.
Estas personas se me figuran con tristeza a un balde lleno de agua, estático, enlamándose, esperando solamente a que alguien venga a moverlos.
Por eso me repito constantemente: Debemos ser como el agua, que es necesario que se mueva para que de frutos y riegue la tierra.
Creo que uno de los motivos por los que comenzamos a envejecer (a cualquier edad) es quedarnos estáticos mucho tiempo.
Tengo algo de tiempo pensando en ello porque a la par de tener ya 40 años me he enfrentado continuamente a problemas de humedad en mi casa y veo que el agua parece nunca estarse quieta porque invadió pisos, paredes y solo se contuvo cuando impermeabilizamos todo lo impermeabilizable.
Viviendo en una zona con desniveles y teniendo la desventaja de estar debajo de los vecinos, cualquier inundacion en el patio contiguo representaba una inundación en mi casa porque el agua siempre busca el movimiento y su nivel.
Paralelo a ello, suelo acumular el agua que cae de la azotea en botes para aprovecharla para lavar los patios o regar el jardín, pero esa agua acumulada si se queda por varios días se enlama y se echa a perder. Es decir, al no moverse se pudre.
A los seres humanos nos sucede igual, debemos movernos para evitar pudrirnos. Debemos buscar correr y encontrar nuestro nivel para no quedar enlamados e inservibles.
Sobre de esto, Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido” nos platica como los sobrevivientes de los campos de concentración tenían algo en común y era que todos ellos tenían un motivo para vivir.
Ese motivo –lo que nos mueve- hará que como el agua no nos quedemos estáticos con riesgo de quedar podridos. Todo movimiento crea incertidumbre, pero ésta puede ser compensada con los beneficios de moverse adecuadamente.
Hace algunos años, promoviendo unos cursos de capacitación, visite a un mecánico casi anciano quien se negó rotundamente a asistir porque “ya no tenía ningún caso tratar de aprender”. Le pregunté si tenía otros ingresos y me dijo que no, pero estaba convencido de que a su edad ya tenía todo perdido y que solamente le restaba esperar la muerte y seguir trabajando en los autos de carburador porque era inútil intentar aprender la inyección electrónica de combustible.
Esa entrevista me dejó pensando acerca de si en verdad perdiamos la capacidad de aprender con los años y que llegando a determinada edad más valía la pena bajar el interruptor y apagar nuestras ganas de vivir, por lo que busqué respuesta en algunos libros y en algunas personas, llegando a la conclusión que la capacidad de aprender no se pierde por la edad sino por olvidarla, tal como a veces en un patio se nos queda acumulada agua y la encontramos tiempo despues enlamada y llena de parásitos.
Un amigo de mi padre, el Lic. Guillermo Mendizabal, platicaba en alguna ocasión que las personas le alababan su prodigiosa memoria, aparentemente intacta a los setenta y tantos años. El comentaba que no era que tuviese una prodigiosa memoria, simplemente la utilizaba adecuadamente y había aprendido a poner ciertas claves para almacenar y acumular información y sacarla en las pláticas cuando convenía.
El se mantuvo activo casi hasta su muerte atendiendo un despacho de abogados y asesorando empresas y si algo me llamó la atención de él es que participaba en proyectos que al parecer no tenían ninguna relación como la abogacía.
Por ejemplo, gracias a sus amistades y su cultura, le encargaron varias veces el trabajo de nombrar calles en colonias nuevas y me mencionaba que era necesario llevar una secuencia y un orden para hacerlo, ya fuera con nombres de pájaros, pintores o militares.
En el extremo contrario, conozco muchas personas, algunas de ellas menores a 30 años, que se autolimitan y se cierran a trabajar exclusivamente de lo mismo, se ponen bloqueos y se repiten constantemente todas aquellas limitaciones que tienen, provocando un efecto de reforzamiento.
Gentes que las despiden de un trabajo y caen en una depresión tremenda porque su mundo era la empresa en la que trabajaban, no aciertan sino a salir a buscar trabajo exactamente de lo mismo que hacían cerrándose las puertas a laborar en muchas otras cosas, inclusive como autoempleados.
Estas personas se me figuran con tristeza a un balde lleno de agua, estático, enlamándose, esperando solamente a que alguien venga a moverlos.
Por eso me repito constantemente: Debemos ser como el agua, que es necesario que se mueva para que de frutos y riegue la tierra.
lunes, 2 de febrero de 2009
Probando con Santo Tomás
El 28 de enero, se celebra en la Iglesia Católica la fiesta de Santo Tomás de Aquino.
Como era callado y muy robusto sus compañeros le apodaban "El buey mudo", pero tal como lo vaticinó San Alberto Magno, este buey llenó con sus mugidos el mundo entero.
Hombre de gran sabiduría e inteligencia, es considerado uno de los doctores de la Iglesia.
Suelo recordar a este santo en algo que no tiene nada que ver con su vida pero si con la nuestra, con la de cada día. Mi padre solía decir: "Santo Tomás fue uno de los grandes doctores de la Iglesia, fue muy inteligente, pero entre Santo Tomás probando y un burro negando, ganaría el burro".
Esta frase me agrada mucho, porque recuerdo al santo y me siento menos mal cuando me encuentro a gente empecinada en el error, a pesar de verlo con sus propios ojos. Me imagino al burro rebuznando y rebuznando y al santo impaciente dándose por vencido. Sé bien que es un cuento, pero no deja de ser reconfortante.
Por lo demás, cuando me trabo en alguna negociación recuerdo a mi padre, lo cual también debo agradecer.
Como era callado y muy robusto sus compañeros le apodaban "El buey mudo", pero tal como lo vaticinó San Alberto Magno, este buey llenó con sus mugidos el mundo entero.
Hombre de gran sabiduría e inteligencia, es considerado uno de los doctores de la Iglesia.
Suelo recordar a este santo en algo que no tiene nada que ver con su vida pero si con la nuestra, con la de cada día. Mi padre solía decir: "Santo Tomás fue uno de los grandes doctores de la Iglesia, fue muy inteligente, pero entre Santo Tomás probando y un burro negando, ganaría el burro".
Esta frase me agrada mucho, porque recuerdo al santo y me siento menos mal cuando me encuentro a gente empecinada en el error, a pesar de verlo con sus propios ojos. Me imagino al burro rebuznando y rebuznando y al santo impaciente dándose por vencido. Sé bien que es un cuento, pero no deja de ser reconfortante.
Por lo demás, cuando me trabo en alguna negociación recuerdo a mi padre, lo cual también debo agradecer.
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