jueves, 24 de mayo de 2012

El pecado de la manipulación




 
"Yo no le pegue, fue mi manita" -se justificaba una pequeña niña en el jardín de niños.

La manita no se mueve sola -le aclaró la maestra-, le estás pegando a tus compañeros y no quiero que lo vuelvas a hacer.

Si nosotros vamos a un espectáculo de títeres o de ventrílocuos, nos reímos con las gracias de los muñecos y por la supuesta interacción, pero si nos preguntan, sabemos que es realmente una persona quien está detrás de todo ello. Si quien mueve al títere dice algo ofensivo, no es al muñeco al que hay que juzgar, es a la persona. Si el muñeco del ventrílocuo dice algo en contra de alguien, a quien le parten la boca es al hombre y no a la marioneta.

Algunas personas, bajo ciertos estados susceptibles como la depresión o la soledad, pueden ser fácilmente manejables para obligarlas a hacer lo que sanamente tal vez no harían. Hay quienes han sido “forzados” a robar, prostituirse, vender droga o incluso matar con manipulaciones sencillas atacando sus puntos débiles. En una ocasión discutía con un manipulador acerca de la responsabilidad que adquiría al obligar a alguien a hacer algo indebido. Yo no la obligue -se defendía- no le puse una pistola para que se fuera conmigo.

Existen armas más poderosas que las pistolas. Probablemente Hitler jamás disparó directamente contra nadie, pero no se duda que fue un asesino.

Descubrir que alguien se siente solo o deprimido y aprovecharse de ello para hacerlo un títere representa para el manipulador hacerse responsable de todo lo malo que el manipulado pueda cometer bajo su influencia.

Por otra parte el manipulador es un ladrón, porque se roba la libertad, que es un regalo de Dios.

De ese tamaño es el pecado de la manipulación.

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