miércoles, 2 de noviembre de 2011

La casa de los changos


De un libro de lectura de la escuela primaria, recuerdo la historia que contaba por qué los changos no construyen casas.

Todas las noches, en la selva, bajo la fuerte lluvia, los changos se juntaban unos con otros, temblorosos, sufriendo el frío. Entonces se proponían construir a la mañana siguiente una casa como la de los hombres para protegerse. Animados por esa idea se dormían apretujados y mojados y a la mañana siguiente, con el calor del sol, las pieles se secaban, las ganas de jugar y de balancearse por las ramas hacían que los changos se olvidaran de sus casas, de las cuales no se volvían a acordar hasta la noche, cuando la lluvia les volvía a traer la necesidad de protegerse. El cuento se trataba de un eterno formular y olvidar deseos.

Hace falta memoria. Bastaba un poquito de sol para distraer a los changos. ¿Qué es lo que nos distrae que no hemos podido construir una casa, una familia, un país?

¿Cuál es ese sol que nos calienta a ratos y que nos impide crecer y buscar la mejora permanente en lugar de una satisfacción temporal?
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