Sucedió en un curso de capacitación con integrantes adultos. Al instructor se le ocurrió hacer un experimento con el grupo para tratar de demostrar que lo que los demás piensan de nosotros nos influye.
Sin informar al grupo, pidió al azar a tres de los integrantes que se retiraran un momento y después le solicitó a los restantes que al primero que entrara le dijeran cosas buenas de su persona, que buscaran elogios pero que deberian ser reales y no inventados. Al segundo le deberían decir información real pero intrascendente, tal como "tu pantalon es azul" o "tienes 27 años". Al tercero le debían señalar exclusivamente defectos, también detectados por la convivencia. Al igual que con el primero, los defectos, fallas y errores deberían ser reales y podían ser tanto físicos, espirituales o de cualquier índole.
Al pasar el primero, el grupo le regaló una serie alabanzas que lo hicieron sentir bien. Al segundo lo llenaron con información real pero intrascendente y lo tomó un tanto extañado pero sin afectarse. Al tercero lo acabaron con críticas abundantes, en un grado tal que abandono la sesión y el curso. Cabe señalar que las críticas superaron en número por mucho a los elogios hacia el primer participante.
Evidentemente el instructor fue en extremo irresponsable, abusó de su autoridad y jugó con la integridad de las personas. Tener el poder de hacer algo es una responsabilidad muy grande que puede tener consecuencias desastrozas si no se usa para el bien. Fácilmente pudo haber demostrado lo mismo con un simple ejercicio reflexivo o con ejemplos de los participantes, sin jugar con la dignidad de los que confiaron en él. Además de que me queda la duda sí en realidad escogió al azar a las personas y el orden en el que entraron.
Quiero aprovechar, sin embargo, este torpe experimento para que reflexionemos sobre la importancia de nuestros pensamientos.
En primera instancia, se demuestra que si nos esforzamos, podemos encontrarle cosas buenas o malas a cualquier persona, objeto o situación, dependiendo de en qué nos enfoquemos o que interés tenemos. En segundo, notamos que como seres humanos nos fluyen más fácilmente las críticas que los elogios. En tercer lugar, que aun siendo "maduros" nos cuesta mantenernos ajenos a lo que los demás piensan de nosotros y que es difícil soportar una serie de críticas, sobre todo si están encaminadas a simplemente dañar y no a construir. De allí la importancia de rodearnos de verdaderos amigos que nos puedan arropar con críticas constructivas y que sepan regalar elogios.
El amigo que me compartió esta experiencia no me dijo que pasó con su compañero o con su instructor, simplemente me dejó grabada la triste sensación de haber participado en ese torpe experimento.
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