Alberto Domingo Quiroga Venegas
Veo en el ser humano una tremenda necesidad de creer.
Esa búsqueda de confiar en algo la veo reflejada continuamente en prácticas como las cadenas que se envían por internet.
Abro mi correo y veo un mensaje que me dice “No se si sea cierto, pero por si las moscas...” precediendo a una cadena que me pide hacer cierto rito, cumplir con algunas condiciones para que se me realice lo que yo deseo, por difícil que parezca. También al final, en muchos casos, viene acompañando una amenaza velada si no lo hago.
La primera vez que tuve contacto con una cadena fue en el Templo de San Simón, en la Ciudad de México y tendría yo unos nueve o diez años. En esa cadena se me “obligaba” por el hecho de haberla encontrado a sacar 81 copias y repartir nueve en nueve templos. Si lo hacía me iría bien, pero si no... Y para ello relataban historias donde mostraban las bondades o perjuicios de cumplir o no cumplir respectivamente.
Me llamó la atención leer como el presidente del Brasil la recibió y no le hizo caso, y su hijo falleció, pero una semana después encontró la cadena en el buró de su recamara, hizo las copias y se sacó la lotería. En ese entonces pensé que San Judas Tadeo era muy malo porque había matado al hijo del presidente del Brasil tan solo por no sacar 81 copias (Nota, cuando yo era niño no había fotocopiadoras, pero de todas formas era un castigo muy grande). También pensé que San Judas era muy torpe, porque había compensado a un padre por la muerte de su hijo con dinero de lotería. Cualquier buen padre entenderá lo torpe del intercambio.
En resumen, a mi breve edad me espantó lo que me pudiese pasar por no cumplir con la cadena y lamente haber abierto esa carta. Afortunadamente mi padre me libró de preocupaciones diciéndome que eso era superstición y que lo que debía hacer en realidad era romper esas hojas porque daban a quien las leía una idea equivocada de Dios y de los Santos, convirtiéndolos en simples hechiceros sometidos al antojo de nuestros deseos.
Con el tiempo se me reforzó la idea de que esas cadenas deformaban la idea de Dios. Por ejemplo, en alguna ocasión me llegó una cadena milagrosa que se ofrecía a cumplir TODO lo que yo quisiera no importando lo que fuera. Respondí a quien me la envío que yo estaba harto de mi vecino y que deseaba que se muriera y por lo tanto estaba dispuesto a hacer la cadena a cambio de que Dios enviara un rayo para desaparecer a quien todos los días estorbaba la puerta de mi cochera. ¿Crees que Dios me ayude a matarlo? concluí.
Muchas veces basta una pequeña reflexión para darnos cuenta de las consecuencias de algunas prácticas. Creo firmemente que Dios nos ha dado unas herramientas valiosas en nuestras inteligencia y voluntad, y la libertad para usarlas como nosotros consideremos mejor. Somos “libres” de llenar nuestro cerebro de cosas buenas o de basura, o de usar nuestra voluntad para el bien o para el mal y las consecuencias serán proporcionales.
A veces me preguntó ¿Que pasaría si el empeño que ponemos en difundir las cadenas lo ocupáramos en otra cosa más provechosa? Por ejemplo, yo que me dedico a ventas, puedo elegir entre leer una cadena y reenviarla u ocupar ese mismo tiempo en aprender y conocer una técnica de negociación.
Estoy seguro de que si envío la cadena y pido cerrar una venta no tendrá ningún efecto positivo pero las técnicas que he aprendido si me han ayudado a ser más eficiente en mi trabajo.
Pero regreso a la necesidad de creer, lo cual no es malo. Lo malo es no fijarnos en que creemos. Jamás he reenviado una cadena, por lo cual me he hecho acreedor a cientos de "castigos" que nunca me han preocupado. Lo que si me preocupa es deformar algunas prácticas piadosas de veneración a los santos o a María, quienes son un ejemplo, y convertirlos en una especie de genios de la lámpara maravillosa, sometidos a nuestro capricho. No es lo mismo pedir que intercedan por nosotros ante Dios para obtener algo bueno que pedirles que nos cumplan un antojo que tal vez diste mucho de ser conveniente.
Y cuando estas prácticas involucran a Dios, ya sea en la persona del Padre o de Jesucristo, el error para mí toma dimensiones mucho mayores.
Dios no es una aspirina que podamos tomar del botiquín y usarla a nuestro antojo cuando la necesitemos para quitarnos el dolor de cabeza, pero cada vez que me llega una cadena se me viene esta imagen a la mente.
Veo en el ser humano una tremenda necesidad de creer.
Esa búsqueda de confiar en algo la veo reflejada continuamente en prácticas como las cadenas que se envían por internet.
Abro mi correo y veo un mensaje que me dice “No se si sea cierto, pero por si las moscas...” precediendo a una cadena que me pide hacer cierto rito, cumplir con algunas condiciones para que se me realice lo que yo deseo, por difícil que parezca. También al final, en muchos casos, viene acompañando una amenaza velada si no lo hago.
La primera vez que tuve contacto con una cadena fue en el Templo de San Simón, en la Ciudad de México y tendría yo unos nueve o diez años. En esa cadena se me “obligaba” por el hecho de haberla encontrado a sacar 81 copias y repartir nueve en nueve templos. Si lo hacía me iría bien, pero si no... Y para ello relataban historias donde mostraban las bondades o perjuicios de cumplir o no cumplir respectivamente.
Me llamó la atención leer como el presidente del Brasil la recibió y no le hizo caso, y su hijo falleció, pero una semana después encontró la cadena en el buró de su recamara, hizo las copias y se sacó la lotería. En ese entonces pensé que San Judas Tadeo era muy malo porque había matado al hijo del presidente del Brasil tan solo por no sacar 81 copias (Nota, cuando yo era niño no había fotocopiadoras, pero de todas formas era un castigo muy grande). También pensé que San Judas era muy torpe, porque había compensado a un padre por la muerte de su hijo con dinero de lotería. Cualquier buen padre entenderá lo torpe del intercambio.
En resumen, a mi breve edad me espantó lo que me pudiese pasar por no cumplir con la cadena y lamente haber abierto esa carta. Afortunadamente mi padre me libró de preocupaciones diciéndome que eso era superstición y que lo que debía hacer en realidad era romper esas hojas porque daban a quien las leía una idea equivocada de Dios y de los Santos, convirtiéndolos en simples hechiceros sometidos al antojo de nuestros deseos.
Con el tiempo se me reforzó la idea de que esas cadenas deformaban la idea de Dios. Por ejemplo, en alguna ocasión me llegó una cadena milagrosa que se ofrecía a cumplir TODO lo que yo quisiera no importando lo que fuera. Respondí a quien me la envío que yo estaba harto de mi vecino y que deseaba que se muriera y por lo tanto estaba dispuesto a hacer la cadena a cambio de que Dios enviara un rayo para desaparecer a quien todos los días estorbaba la puerta de mi cochera. ¿Crees que Dios me ayude a matarlo? concluí.
Muchas veces basta una pequeña reflexión para darnos cuenta de las consecuencias de algunas prácticas. Creo firmemente que Dios nos ha dado unas herramientas valiosas en nuestras inteligencia y voluntad, y la libertad para usarlas como nosotros consideremos mejor. Somos “libres” de llenar nuestro cerebro de cosas buenas o de basura, o de usar nuestra voluntad para el bien o para el mal y las consecuencias serán proporcionales.
A veces me preguntó ¿Que pasaría si el empeño que ponemos en difundir las cadenas lo ocupáramos en otra cosa más provechosa? Por ejemplo, yo que me dedico a ventas, puedo elegir entre leer una cadena y reenviarla u ocupar ese mismo tiempo en aprender y conocer una técnica de negociación.
Estoy seguro de que si envío la cadena y pido cerrar una venta no tendrá ningún efecto positivo pero las técnicas que he aprendido si me han ayudado a ser más eficiente en mi trabajo.
Pero regreso a la necesidad de creer, lo cual no es malo. Lo malo es no fijarnos en que creemos. Jamás he reenviado una cadena, por lo cual me he hecho acreedor a cientos de "castigos" que nunca me han preocupado. Lo que si me preocupa es deformar algunas prácticas piadosas de veneración a los santos o a María, quienes son un ejemplo, y convertirlos en una especie de genios de la lámpara maravillosa, sometidos a nuestro capricho. No es lo mismo pedir que intercedan por nosotros ante Dios para obtener algo bueno que pedirles que nos cumplan un antojo que tal vez diste mucho de ser conveniente.
Y cuando estas prácticas involucran a Dios, ya sea en la persona del Padre o de Jesucristo, el error para mí toma dimensiones mucho mayores.
Dios no es una aspirina que podamos tomar del botiquín y usarla a nuestro antojo cuando la necesitemos para quitarnos el dolor de cabeza, pero cada vez que me llega una cadena se me viene esta imagen a la mente.
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