Los proyectos no avanzan, las llamadas no se realizan, las ideas no fluyen, el trabajo no se termina.
Los trastes se acumulan, la ropa sucia se amontona y la leche se mosquea en la mesa del comedor, entre tortillas duras, restos de comida y azúcar derramada.
El hoyo oscuro se hace cada vez más y más profundo.
Los familiares se preocupan, los amigos se alejan y los clientes cambian de proveedor. Para el que es empleado el despido se acerca y quien tiene su negocio sabe que la consecuencia es la quiebra. A pesar de saber que algo anda mal pareciera que algún demonio inhibe el movimiento y todo indica que la luz que se ve al final del túnel es otro tren que se aproxima y no la salida.
Para los demás, para los que no cargan el peso de ese intangible problema, no hay razón para que todo marche mal, así que los consejos sobran:
¡Anímate! ¡Echale ganas! ¡Ponte las pilas!
Claro, es mucho más barato recomendar pilas que tomar un aparato y ver por qué no funciona, dedicarle tiempo a repararlo y unir los cables rotos.
La cuestión no es saber por qué alguien no se pone las pilas, el verdadero problema está en saber ¿Sirve recetarle pilas a alguien que siente que no funciona o que no tiene para comprarlas?
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