El deseo de escuchar lo que se dice de uno mismo me parece que está inspirado en que en los sepelios se suele hablar bien del fallecido. Cuentan que en una ceremonia, en donde se enterraba a un político, cerca del féretro estaban su viuda y su hijo. El orador se esforzaba por exaltar todas las virtudes del finado: Excelente padre, hombre honesto, insigne maestro, amigo entrañable, esposo fiel, compañero leal...
La señora escuchó con atención y después de unas cuantas frases que describían al homenajeado, se volvió a su hijo mientras le decía "Vámonos, nos equivocamos de entierro".
Por contraparte, me han contado de personas en trance de muerte que lejos de pensar en lo bien que hablaran de ellas existe una preocupación por lo malo que se ha hecho y el daño infringido a los demás. Cargo de conciencia, le llaman. Y si tenemos una deuda espiritual dudo que se borre por mucho que hablen bien de nosotros en nuestro entierro. No se puede saldar así.
Como una paradoja más de esta vida, estando vivos existe un placer un tanto morboso por saber que se diría de nosotros si morimos, porque nunca se habla mal de los muertos cercanos. Estando próximos a la muerte, nos importa poco lo que digan de nosotros si nuestra conciencia nos grita que se acerca el momento de pagar.
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