martes, 13 de abril de 2010

Los zapatos de otros

Alberto D. Quiroga V.

Cuando se habla de empatía, de ponerse en el lugar de los demás, frases como ponerse en los zapatos de otros brincan en automático.

Tal vez no sea el ponerse en los zapatos de otro lo que nos ayudará a entenderlo, sino el analizar, combinando la perspectiva del otro y la propia, el por qué el otro se pone esos zapatos.

Supongamos que yo soy de pie duro, correoso. Ponerme el zapato de otro me puede llevar a despreciar su dolor diciendo: No se de que te quejas, tus zapatos no son tan molestos. Para buscar ayudar a los demás a que no les lastime el zapato, el análisis del problema debe realizarse desde el punto de vista del que porta el zapato, con sus ideas, enfoques, valores y temores. Solamente después de ello podríamos intentar ayudarlo a cambiar la perspectiva.


Cada quien tiene sus problemas y cada quien tiene sus zapatos. No es lo mismo recorrer un camino de tierra con zapatos de lujo que recorrer un restaurant de lujo con botas ajadas de trabajo. Allí tal vez lo que molesta no es el zapato, sino la situación.

También es importante salirse un poco de sí mismos para tener la capacidad de escuchar al prójimo. Dos amigos se reunian para platicarse sus problemas: Uno de ellos tenía mucha suerte para las amistades femeninas y no creía en el matrimonio. El otro, todo un genio para el trabajo y la computación, era permanentemente tentado por compañías importantes para cambiarlo de empleo.

El primero se quejaba de su falta de oportunidades para obtener mejores ingresos y el segundo se sentía abrumado por su reciente divorcio. Ambos se quejaron durante la plática de sus problemas poniéndole muy poca atención al otro. Cuando se despidieron, los dos se fueron con la idea de que el otro se quejaba por tonterias y de que quisieran tener el problema del amigo y no el propio.

Cuando vamos a la zapatería para probarnos un zapato debemos quitarnos el que traemos puesto. De igual forma, para escuchar los problemas de los demás debemos dejar por un momento los nuestros y no acabar en ese juego desgastante en el que cada quien se esfuerza por demostrar que tiene más problemas que el otro. Si alguien nos confía un problema no se vale decir: Eso no es problema, problema el mío. Porque cada quien sabe de donde le aprieta el zapato y no todos tenemos el mismo pie.

El tiempo y la frecuencia en la que se usa el zapato es importante. Ponerse un zapato que aprieta por unos instantes no es lo mismo que traerlos todos los días. Escuchar un problema en una platica de un café es muy diferente a vivirlo a diario. Si nos ponemos en los zapatos de otros, podemos aprovechar para ponerles talco (un consejo), una plantilla (compañía en momentos difíciles) o tela adhesiva (apoyo solidario) para hacerlos más llevaderos antes de devolvérselos a su portador original. La capacidad de amar al prójimo es también una horma que puede ablandar un zapato que le aprieta al amigo o al hermano.

Y si no podemos cambiar el zapato, nunca estará de más el brazo firme para ayudar al que cojea.
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