Con un amigo conversaba acerca del interés, debido a un comentario sobre una persona conocida catalogada como "muy interesada".
-La verdad es que todos tenemos intereses, pero hay de intereses a intereses- fue la conclusión.
Porque no es lo mismo que te acerques a una persona porque quieres aprender de ella, porque te atraen sus valores o su simpatía, a que te le acerques porque quieres sacarle dinero o porque su posición te conviene para escalar un puesto o lograr un contrato, sin importarte nada más de ella. Hay intereses que dañan y lastiman.
Los intereses, a su vez, están apoyados por razones, con las cuales se busca justificar las formas de actuar, aun en las situaciones más ridículas o absurdas, en las más crueles o insensatas.
-Yo tengo mis razones- es una frase muy socorrida para salir del paso cuando alguien nos pregunta por qué estamos haciendo algo que a todos los demás les parece injusto o errado, juicio que a nosotros nos cuesta aceptarlo.
Y si bien no es cuestión de que los demás decidan por nosotros, es un hecho que todos hemos cometido errores que un amigo o un hermano nos ha ayudado a ver, siempre y cuando la venda del "Yo tengo mis razones" lo permita.
Si hacemos un análisis histórico, todas las guerras tuvieron sus "razones", pero la misma historia ha juzgado la mayoría de ellas como absurdas, ridículas, opresivas o perversamente inmorales. Tal vez recordamos a algún conocido justificando vicios, robos, abandono de hijos, adulterios, pereza o violencia intrafamiliar; también ellos arguyen sus razones.
Así que como ejercicio, la siguiente vez que alguien me confronte y quiera responder que yo tengo mis razones, me regalaré unos minutos para reflexionar en lo siguiente:
Todos las tenemos, eso es un hecho, el punto a analizar está en sí esas razones son válidas o no.
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