Había familia en el que la señora era muy maltratada en su matrimonio. El marido, cuando trabajaba, usaba el dinero como medio de presión y no para resolver los problemas que el mismo provocaba por sus incapacidades. No daba el gasto o lo daba a medias. Se comportaba más como un soltero que como un casado.
Los hijos importaban poco o nada, pero el padre los utilizaba astutamente para obtener permisos en el trabajo o como mandaderos. No estaba para servirles sino para servirse de ellos. La casa se caía a pedazos y se mantenía medianamente en pie más por los esfuerzos de la señora y de los hijos que por la responsabilidad del padre.
El cuadro parecía repetición trágica de otros. La señora recordaba que así habían sido su padre y su abuelo y por eso toleraba al esposo. Pero a veces miraba con envidia a otras señoras, que daban toda la apariencia de que les iba mejor, tenían mejores ropas, mejores casas y... mejores maridos.
Dentro de su desgracia, la pobre mujer se acostumbró a sobrevivir, se habituó a mentir para evitar a los cobradores, se aficionó a pedir prestado y no pagar justificándose en su pobreza y tomaba lo que podía de los otros que tenían más. Siendo sincera, a veces no cocinaba o les daba la comida fría a sus hijos. Si el marido no cumplía ella tampoco tenía por qué hacerlo. Los niños solían vagar solos por la calle y faltaban a la escuela si querian.
Un día el marido se fue y llegó a la vida de esta mujer otro hombre. Después del enamoramiento inicial, pidió a la mujer le dejara demostrar que él era el verdadero hombre de su vida. Estaba dispuesto a cargar en su responsabilidad los hijos del anterior matrimonio, las deudas contraídas y sanear la casa.
Se mudaron a un lugar mejor, el cual se mantuvo limpio por una semana pero poco a poco las anteriores costumbres volvieron y la señora invertía más tiempo en ver programas de chismes que en arreglar. Presionaba al nuevo marido para que comieran fuera en lugar de cocinar porque si había prometido un cambio bien valía la pena celebrar. Los hijos seguían con su mala costumbre de no asistir a clases pero como ahora iban a escuela de paga se sentían con el derecho de reclamar las reprobadas porque para eso pagaban. Aborrecía a las maestras que le hostigaban con recados y pensaba en las otras, que nunca jamás le pidieron que le pusiera atención a las malas conductas de sus hijos.
Por una extraña e ingrata razón, la señora, antes dejada y sumisa, se volvió agresiva e intolerante. Le exigia a su hombre mucho más que al anterior, a pesar de que su situación había mejorado. Al anterior marido jamás le levantaba la voz (la única vez que lo intentó necesito tres puntos de sutura). A éste, le reclamaba hasta por el clima. Tenía más, pero ahora quería todo y sin poner de su parte. Exigia sirvienta, tiraba la ropa sucia en lugar de lavarla y trato de falsificar la firma de su esposo para usar la tarjeta de crédito. Recordaba su cuartito de vecindad, aquel que no importaba que no se barriera en semanas y le molestaba su nueva casa, que por grande requeria de mayor esfuerzo para ser limpiada.
Poco a poco comenzó a odiar a su esposo, a éste que le pedía que hiciera su parte manteniendo la casa limpia, economizando el gasto y cuidando los niños. Empezó a añorar al ex marido, recordaba con cariño como le llevaba flores el día de su cumpleaños y como a veces (muy a veces), cuando no estaba borracho, la llevaba a desayunar barbacoa los domingos y le decía que era la más bonita. De pronto, todas las golpizas se borraron, todas las anteriores carencias se diluyeron y en su mente solamente aparecian los buenos detalles de aquel, que en la realidad escasos en la imaginación fueron multiplicados. Dejó de ser un desgraciado para ser un añorado.
Lo empezó a buscar para pedirle perdón y regresar con él.
Algunos (tal vez muchos, demasiados) se me figuran como esta esposa maltratada. Escuchandolos parece que nunca hubo crisis sexenales, cacicazgos, devaluaciones, saqueos, desapariciones ni inflaciones. Añoran el viejo México, con carencias, pero sin responsabilidades. Aborrecen el reto porque la zona de confort, aun subdesarrollada, es mucho más atractiva para quien no quiere trabajar y exige todo de subsidios. Recuerdan con nostalgia un país en el que no había malas noticias porque estaba prohibido publicarlas, en las que el presidente parecía que nunca se equivocaba porque no había quien se atreviera a señalarlo. Un México de mentiras, donde las devaluaciones cínicamente se nos encajaban como estrategias para ser más competitivos y con una deuda externa que burlonamente se comparaba con Pronósticos deportivos, por que se acumulaba semana a semana.
Así de ingrata es la memoria cuando está bloqueada.
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