lunes, 29 de marzo de 2010

Dejar las piedras

Alberto Quiroga Venegas

Hablando de frases famosas, hoy recuerdo aquella de Jesús que dice: El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Si alguien falla en alguna actividad y le cargan la responsabilidad por ello, puede escudarse en que los demás también se equivocan recitándoles esta frase y vaya que para eso la ocupan muchos.

El origen de la sentencia está en el pasaje del Evangelio de San Juan que transcribo a continuación:

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más». Juan 8, 1-11

En este pequeño relato se pueden reconocer muchas de las actitudes humanas: Se retrata la debilidad y el arrepentimiento de la mujer adúltera, la evasión del adúltero que no es solidario cuando son sorprendidos ambos. La mentira y la maquinación de los que le intentan poner la trampa a Jesús, la parcialidad de quienes señalan a la mujer pero justifican al varón. La maleabilidad de aquellos que sin saber de qué se trata, se dejan llevar como borregos listos a apedrear no importando a quien.

Mucho he leído cuando se trata de este pasaje acerca de la importancia de perdonar. Otros autores se encargan también de poner al descubierto la trampa hacia Jesús, pues si la condenaba, malo y si no, también.

Pero algo que no he encontrado y que nos viene muy a modo en estos tiempos es la enseñanza de la muchedumbre al retirarse, empezando por los más viejos. Si nadie la condenó y dejaron solos a la mujer y a Jesús es porque todos sin excepción se reconocieron pecadores.

Hoy hay muchos que estamos prestos a arrojar la primera piedra y soberbios nos mantenemos con el índice bien apuntado para señalar. Basta ver a nuestros políticos, arrojándose piedras unos a otros sin mediar juicio. Los periodistas de espectáculos y otros temas también dan cuenta de esto, destrozando vidas y criticando errores que tal vez son mucho menores que los que ellos cometen. Podríamos continuar con empresarios, que incompetentemente provocan crisis en sus empresas que quieren resolver despidiendo a inocentes. Y si nos vamos a las calles encontramos a los que juzgamos y condenamos a la muchacha que se ha salido de su casa, al joven que no encuentra quien le guie en el camino, al drogadicto que lucha desesperadamente por librarse del veneno que lo mata, a la índigena que camina por la calle rodeada de hijos o al que cometió un error que no sabe como remediar.

Me imagino la mirada de Jesús, serena pero firme y sus palabras pronunciadas de igual modo. También me imagino a la multitud, sincerándose cada quien consigo mismo y aceptando que estaban obrando mal. Hoy, como aquel día, es tiempo de que soltemos esas piedras y nos retiremos. Si las piedras son para dañar, mejor dejarlas en manos de quienes pueden construir.
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martes, 23 de marzo de 2010

Escuela de Pesadilla



En días pasados, a raíz de la bronca entre partidos políticos por un acuerdo firmado entre ambos bandos, una señora muy preocupada se comunicó a una estación de radio para sugerir que para ser político se tenga que llevar una capacitación y pedir un mínimo de estudios.

Como en todo, tener una capacitación no es garantía de ser capaz, así como tener una caminadora o un gimnasio casero no es garantía de un vientre plano. Me quede en eso mientras continuaba escuchando y manejando.

Seguramente a raiz de esa llamada, hoy he tenido una pesadilla. Soñé que los políticos asistian a una escuela especial y aprendían todo lo necesario para ser "buenos" políticos mexicanos.

Todo comenzaba con las inscripciones, que ninguno de ellos pagaba porque todos tenián un amigo, un conocido o una recomendación que los eximia del pago. Tampoco nadie hacia filas, pues esas son para el pueblo y ellos debían acostumbrarse a ser una clase especial.

Lo primero que aprendian era a cambiarse la camiseta con una rapidez asombrosa, digna de un espectáculo de las Vegas. Ya era azul, después roja, para seguir negroamarilla o verde, para regresar a la primera y se la cambiaban con una velocidad que pasmaría al mismo Houdini.

Aprendian a dormir con los ojos abiertos, a decir frases perogrullescas y a no comprometerse. Estaba también la clase de Coyotaje de alto nivel, donde estudiaban como vender permisos de construcción en zonas ecológicas protegidas o transar licitaciones con el sagrado 20 por ciento. La escuela de pesadilla incluía una clase especial, dictada por expertos de la CIA, para poder engañar al polígrafo.

Interesante era también la asignatura de simulación de conflictos, donde desarrollaban la habilidad de aparentar que se odiaban entre si para sacar provecho de sus seguidores y poder aprobar leyes que afectan a unos y otros. También estaba la clase de manualidades, donde aprendian a hacer máscaras de cochinos, orejas de ex presidente, piñatas de Pinocho y pancartas agresivas.

En clase de literatura, se analizaban libros como el Príncipe de Maquiavelo, el Arte de la Guerra, Naná y otros similares que venían en su versión escrita y mejor aun en audio, para no discriminar a aquellos alumnos que no sabían leer. Con esos libros quedaba muy claro que el fin justifica los medios, que a los enemigos hay que tenerlos cerca y que si no se puede con ellos, lo mejor es unírseles.

Los aprovechados en táctica política aprendian que una mentira contada miles de veces llega ser verdad, que el que se mueve no sale en la foto, que no hay un general que soporte un cañonazo de 50 millones de pesos y que el pueblo no tiene memoria. En historia política se aprovechaba el Pan y Circo de los romanos, el falso nacionalismo de Hitler y el uso mesiánico de las figuras del Che y Benito (No quedó claro en mi pesadilla si Juárez o Mussolini).

Al igual de la Cámara, la escuela muchas veces aparecia vacía, pero ello no importaba porque siempre eran aprobados todos los que tenían el "valor" de demostrar su falta de valores para inscribirse a ella. En la premiación, a la que sí asistian todos, porque había foto y filmación, se entregaban excelentes diplomas de la Universidad de Santo Domingo, igualitos a los de verdad y en versiones de diferentes universidades, públicas y privadas, nacionales y extranjeras.

La bolsa de trabajo funcionaba para los alumnos más aprovechados es decir, los que demostraban la capacidad de aprovecharse de los demás e incluía desde puestos directivos en Partidos Políticos, hasta Secretarías de Estado, pasando por Regidurías, Presidencias Municipales, Diputaciones y Senadurías.

Me he despertado sudando. La pesadilla ha sido demasiado real.
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lunes, 22 de marzo de 2010

Hablando de límites

Alberto Quiroga V.

Con tristeza he leído ayer la noticia en el Universal sobre el crecimiento que tiene el abuso de menores por medio el Internet.

En el reportaje se menciona la historia de una niña de 14 años que tuvo la mala fortuna de no tener quien le dijera lo peligroso que es colocar cierta información en una red social, donde un pederasta de 35 años, poco a poco la fue envolviendo, haciéndole ver lo mucho en común que tenían, para acabar violándola y dañándola prácticamente de por vida.

A reserva de que cada quien lea por su parte la investigación de la cual anexo liga, http://www.eluniversal.com.mx/nacion/176424.html me duele ver como la falta de límites en los jóvenes más los daña que beneficia.

Hablar de límites es casi sinónimo de hablar de intolerancia, de subyugación, de opresión y de oscurantismo. Ponerle un límite a alguien es prácticamente "ofenderlo". La gente actual no quiere límites, le estorban, le agreden.

Si un padre pone límites, es un "mal padre", es fresa, arcaico, apretado, mojigato. Si un maestro pone límites, es intolerante y oscurantista. El hombre actual no quiere límites, quiere hacer lo que le venga en gana, así, sin que nadie se lo impida.

A mi si me impusieron límites. "Hay cosas que no se comentan en la calle, son de la familia y se quedan en la familia" fue algo de lo que me enseñaron. Nadie debía enterarse si teníamos problemas y de qué tipo. También me impusieron el límite de la intimidad. Había cosas que no debía hacer delante de otras personas, como vestirme o desvestirme, porque mi cuerpo era mío y de nadie más, y por lo tanto también debería respetar el de los demás. Otro límite fue el que el tiempo de juego estaba supeditado a que mis superiores me dijeran "hasta aquí" y entonces suspenderlo para ir a otra actividad.

Debía pedir permiso para salir, porque yo no me mandaba solo y el dinero que se me proporcionaba excedía por muy poco el necesario para moverme de la casa a la escuela y de regreso, porque el dinero "había que ganárselo uno mismo".

Mis padres me hicieron saber muchas veces que no querían que me juntara con X o Y, de quienes he sabido que no han acabado muy bien, lo cual me hace ver que hubo una razón para impedir esa amistad.

Beatriz, la niña del reportaje, no tuvo la fortuna de tener esos límites. Compartió con desconocidos fotos y videos de su familia, datos personales y familiares, buscando una aceptación como ella misma lo dijo cuando escribió en su perfil "deseosa de popularidad".

A sus 14 años, pasaba tiempo excesivo en el internet, lo cual se deduce de la constante actualización que le daba a su página y a los miles de seguidores que logró atraer, entre ellos Carlos, su agresor. No tenía límites para el uso de una máquina y una tecnología que no es necesaria para su corta edad y sus actividades de estudio.

Convencida de desnudarse frente a la cámara, Beatriz no tuvo claros unos límites que le impidieran ser grabada y chantajeada. Se le hizo fácil compartir su intimidad con alguien que no conocía. Para evitar que el video fuera dado a conocer, Beatriz aceptó verse con el Carlos desconocido en una zona comercial, donde solamente ella sabía, pues no pidió permiso ni avisó (¿Dónde están los límites nuevamente?)

Su rendimiento general cayó y fue gracias a su terapeuta que se supo esta historia, de las cuales ya hay miles.

La burbuja de cristal

Muchos padres seguramente piensan que es imposible mantener a los hijos en una burbuja de cristal, ajenos y aislados de mundo. Yo pienso igual. Pero de eso a dejarlos solos frente a los peligros con el pretexto o justificación de que a final de cuentas lo harán, hay una distancia enorme.

La mejor forma de defender a un hijo ante un peligro es ayudándole a reconocerlo, saberlo evitar y en su defecto enfrentarlo.

Dejar que un hijo vea el internet en exceso, vaya a un antro toda la noche o beba hasta caerse con la justificación de que así son los jóvenes de ahora, es una salida torpe y cobarde. La misma naturaleza nos recuerda que cuando excedemos los límites, los problemas se presentan.

Supongo que los padres de Beatriz se lamentan de haber comprado computadora o dejarla ir sola al café internet. Seguramente estarán recordando constantemente el día en que está niña se fue sola a un centro comercial a verse con su agresor, pensando en un pasado que no pueden cambiar y en un futuro que no les es promisorio.

Beatriz probablemente esté molesta con sus padres, por no enseñarle a pedir permiso, por no decirle que exponerse era malo, por no ponerle límites...
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jueves, 18 de marzo de 2010

Tablero de Instrumentos

Alberto Quiroga Venegas

Para que un auto camine, básicamente necesita un chasis, las llantas y motor . Todo lo demás que se le ha agregado es para hacer más cómoda y manejable la situación de andar en auto.

En casos de necesidad, he visto autos moverse sin asientos, sin luces, sin tanque de gasolina (con un bote que haga esa función) o sin vidrios, cuando es necesario moverlos de un lado a otro mientras se reparan. A pesar de ser incomodo, el movimiento se puede dar, porque como mencione, muchas de las cosas que trae el vehículo no son fundamentales para que se muevan.

Por otra parte, algunos de los mecanismos si bien no son indispensables para el movimiento si lo son para el control, como los frenos o la dirección, sin los cuales, el riesgo de sufrir un accidente es altísimo. Y también existen los elementos que no son absolutamente necesarios pero si muy importantes como es el caso del tablero de instrumentos.

Ubicado frente al conductor, el tablero de instrumentos manda mensajes importantes para el control del vehículo y la seguridad de los pasajeros. La señal de temperatura previene un sobrecalentamiento con el respectivo daño al motor. El medidor de combustible, previene su falta y el correspondiente paro del motor. El velocímetro puede ayudar a aquellos que de repente pierden la consciencia de la velocidad y el indicador de carga nos ayuda a detectar un fallo eléctrico que también puede detenernos.

Paralelo a ellos, existen otros indicadores en apariencia menos importantes que previenen daños a futuro en el motor, los frenos o el sistema anticontaminante. Otros, llamados de confort, avisan que hace falta líquido para limpiar el parabrisas, que un cinturon no está colocado o que una puerta está abierta.

Cuando no funciona algunos de los indicadores, se corre el riesgo de no tomar en cuenta un problema hasta que éste detenga al vehículo, es decir, se pierde la capacidad de prevención. Cuando falla un indicador, obliga a quien conduce a tratar de enterarse por otros medios de la medida en cuestión. Si falla el medidor de gasolina, se suele utilizar una manguera para medir el nivel o estar rellenando constantemente el tanque para evitar que se acabe el combustible. En resumen, contar con indicadores que ayuden a controlar la marcha del auto es conveniente.

En la realidad para el usuario común el tablero de instrumentos no es visto como algo necesario en su totalidad. Se le da una ojeada rápida para verificar que exista gasolina y después se olvida. Es por ello que los ingenieros diseñadores han hecho esfuerzos por mandar mensajes más visibles, colocando focos que parpadean incansablemente para avisar al conductor que existe un detalle que debe ser atendido. Y es la molestia del foquito parpadeante lo que provoca que se le ponga atención.

¿Qué se necesita hacer para apagar el foco? Corregir la falla... o eliminar el foco.

Cuando los autos comenzaron a traer computadoras, éstas utilizaban focos en el tablero para comunicar mensajes. Pero debido a que se desconocía el código por parte de mecánicos desactualizados, cuando un cliente les llevaba autos con focos encendidos por un problema menor, pero que requería atención, los mecánicos optaban por la fácil y cortaban la línea para apagar el foco. Como esta mala práctica se hizo muy frecuente y acababa por dañar los autos, pues no se corregian las fallas, los tableros se fueron sofisticando para impedir que se pudiera manipular la señal, a tal grado que ahora hay autos no encienden si el tablero de instrumentos no funciona en su totalidad y los focos no se apagan si no es bajo un procedimiento de reseteo. Y todo por esa mala tendencia humana a tratar de esconder los errores en lugar de corregirlos.

¿Qué pasa con el tablero de instrumentos de nuestra vida?

Nosotros también tenemos un "tablero de instrumentos" que nos va indicando si vamos bien o vamos mal. Tenemos a la conciencia, que nos indica si nuestras acciones y pensamientos son buenos y correctos, tenemos a nuestra salud, que nos marca si el combustible físico y mental que recibimos es el adecuado. Nuestro estado de ánimo también es un indicador que nos marca si vamos a las revoluciones adecuadas, o estamos sobregirando el motor o lo traemos a bajo ritmo. Los comentarios de amigos sinceros, las críticas bien asimiladas y nuestros resultados, son el equivalente a "foquitos" que se encienden para avisar que el sistema funciona bien o mal. En suma, podemos utilizar estos indicadores para saber si vamos a buen ritmo o si estamos a punto de desbielar la máquina.

Si bien estos "instrumentos" son buenos, corremos el riesgo de descuidar las señales y ver únicamente una o dos, como aquel que sólo se fija en el nivel de combustible. Así, se puede llegar a ponerle mucha atención exclusivamente al indicador del éxito laboral y económico y descuidar el indicador que nos dice que el aspecto espiritual o el familiar tienen un rendimiento muy bajo. También existe el riesgo de sentir tan molesto un indicador, que se piense que eliminandolo se elimina el problema, igual que como hacen los malos mecánicos cortando el cable que alimenta al foco. Y ante el problema buscar la evasión o la negación. Para poner solamente un caso, están todos aquellos que olvidaron o ignoraron las señales de alerta de su cuerpo hasta que se presentó una embolia o un infarto.

El tablero personal allí está. Cada quien decide la atención que le presta.

Mover un auto sin instrumentos de un taller a otro, unas cuantas cuadras, no es muy difícil. Pero hacerlo en un viaje largo sería bastante complicado. En nuestra vida, desatender esas señales por unos días puede no parecer riesgoso, hablar de toda una vida sin atenderlas representa un problema mucho mayor.
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miércoles, 10 de marzo de 2010

Mi corazón

Alberto Quiroga Venegas

Obra de Dios, porque quien sino El podría diseñarla, el corazón es toda una maravilla de ingeniería mecánica e hidráulica.

Late sin cesar y con pasión, se acelera cuando se requiere más sangre y se detiene cuando no se le necesita más. Allí está, en nuestro pecho, trabajando callada y anónimamente por años y años y nos acordamos de él cuando nos da problemas pero no cuando se los damos.

Un cardiólogo mencionaba que muchos de sus pacientes maltrataron su corazón como si no lo tuvieran, sometiéndolo a trabajos extenuantes, cargándole las venas y arterias de colesterol, robándole el oxígeno con el humo del cigarro y forzándolo a tensiones que lo envejecen, para que al final, se lamenten de tener un "mal corazón".

Y si nos olvidamos del corazón que tenemos en el pecho, con mucha mayor razón nos olvidamos de esos "corazones" que tenemos por la vida, que nos han brindado fuerza cuando parecía que ya no teníamos o que nos han sostenido vivos cuando andamos deprimidos e inconscientes por la vida. Esos corazones que ocultos, no en el pecho sino en la vida, nos brindan el alimento espiritual que necesitamos y que casi nunca agradecemos.

Esos amigos corazones, ocultos a la vista por nuestra falta de agradecimiento, están así hasta que dan problemas. Nos acordamos de ellos cuando se mueren, cuando se cambian de trabajo o de casa, cuando por alguna razón nos niegan el favor que siempre nos hacen y entonces si pensamos en ellos. Es cuando reparamos en que en verdad los tenemos.

El músculo cardiaco, el que tenemos en el pecho, merece que lo cuiden. Los amigos corazones, los que tenemos allá afuera, también.

martes, 9 de marzo de 2010

La responsabilidad de Robinson

Alberto Quiroga V.

La obra más conocida de Daniel Defoe es sin duda Robinson Crusoe. Este personaje de novela, perdido en la inmensidad del mar, en una isla desierta, sirvió de tema a películas, a otras novelas y por qué no, a muchos sueños de adolescentes hartos de sus padres, donde el vivir alejado de todo, en una isla de la que su único habitante es dueño y señor, suena muy atractivo.

Al igual que con otras novelas, mucha gente conoce la trama pero nunca ha leído la obra. Vale la pena leerla, porque nos narra el encuentro de un hombre consigo mismo y considerando que muchos mueren sin conocerse, tal vez la novela pudiera ayudar en parte a conocernos.

En lo personal, cuando leí la novela por primera vez, mi primera reflexión fue que difícilmente yo sobreviviría a una aventura así, pues carezco de muchas habilidades necesarias y que el protagonista si poseía, como saber nadar, cocinar, disparar un arma, carpintería y agricultura. Con todas esas habilidades, Robinson pudo sobrevivir por muchos años hasta ser rescatado.

Pero ahora, lo que más me gusta de Robinson es su aceptación y su responsabilidad. Aun cuando él se ve en esa situación complicada por su propia decisión, pues se embarca en contra de lo que sus padres le sugieren, una vez que naufraga y se encuentra solo, se detiene muy poco a lamentarse. Constantemente se enfrentará a problemas que ira solucionando, algunas veces con sus conocimientos previamente adquiridos y en otras ocasiones con su ingenio, pero muy pocas veces lamentando su suerte o abandonándose a las circunstancias.

En resumen, es responsable de sus decisiones y de su situación.

Esta es una de las grandes enseñanzas de esta novela. Solamente podemos solucionar nuestros problemas mientras aceptemos que son nuestros.

No me imagino a Robinson culpando a su padre en Inglaterra por cosas que le suceden a él en el Atlántico. No me lo imagino culpando al torpe y muerto capitán del barco, por haber encallado o a los latifundistas que le ofrecieron el viaje ilegal para traficar esclavos. Robinson simplemente acepta que sus decisiones le traen consecuencias y trata de enfrentarlas de la mejor manera.

Probablemente, Robinson se hubiera comportado de diferente manera si hubiera sobrevivido con diez hombres más, pero al hallarse solo, simplemente no tiene a quien echarle la culpa o quien le sirva de comparsa en ese juego que jugamos de culpar a los demás.

Nuestros problemas diarios, nuestras decisiones y nuestros errores a veces deben ser como una isla desierta. Si bien es aceptable buscar ayuda, debemos reconocer que en primera instancia todo lo que hacemos es nuestro y nos acarrea consecuencias y que si éstas no son favorables, es a nosotros a quienes nos compete enfrentarlas y cambiarlas.

Pero si le dejamos la responsabilidad de nuestro cambio a los demás, difícilmente ellos se encargarán de resolver nuestros problemas porque cada quien tiene los propios.

Cada quien es responsable de su propio cambio. Las malas decisiones llevan a Robinson al naufragio. La soledad de la isla lo lleva a aceptar la responsabilidad propia y esta aceptación lo lleva a resolver sus problemas. Al final acaba agradecido con Dios y con la vida.

En su naufragio, Robinsón decidió no usar ese cómodo salvavidas que es culpar a los demás.
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