martes, 27 de enero de 2009

Giovanni Guareschi

Uno de los escritores que más me gusta es Giovanni Guareschi, quien nació en Italia y es conocido generalmente por sus libros de Don Camilo, un cura de un pequeño pueblito sin nombre de la región Baja (La Bassa).

Guareschi tiene una forma muy especial de escribir, con un humorismo muy fino, inteligente y tal vez por esto es poco leído.

Tener un humorismo inteligente en un mundo que no lo es no suena muy inteligente. Ser anticomunista en un mundo al que le seducía la supuesta libertad del comunismo tampoco sonaba muy inteligente. Sin embargo, Guareschi era muy inteligente.

El no escribió para las masas. Escribió para quienes quisieran leerlo y escribió porque así se lo dictaba su conciencia. No tuvo bestsellers, pero seguramente tiene un lugar en el cielo. En esto es en lo que él mostró su inteligencia.

Decía yo que Guareschi manejaba un humorismo muy fino. Uno de los capítulos de una de sus novelas comienza así:

“Fulminador, apodado Ful, era el perro de Don Camilo. Antenore Cabezza, apodado Fulminador, era uno de los hombres fuertes de Pepón. De los dos Fulminadores el que tenía más materia gris era el perro: Con esto está dicho todo”

Guareschi habla de las cosas normales y de ellas saca bellas reflexiones.

En otro de sus libros, platica cómo cuando regresó del campo de concentración alemán en el que estuvo preso durante la segunda guerra mundial, encontró un Italia destruída, donde bajo los escombros se pudrían los cuerpos de sus familiares, pero encima se respiraba el aire de la renovación. “Que diferencia –menciona él- entre la Italia pobre del 45 y la pobre Italia del 65, donde se respira un olor a sexo, cloaca y perdición”

Este pasaje lo he recordado muchas veces, cuando veo que alguien se pierde por un poco de poder y digo: “Que diferencia entre el hombre pobre que conocí y el pobre hombre que ahora veo”

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Vale la pena leer a Guareschi. Vale la pena ir a buscar sus libros entre los libros usados porque será difícil que lo encuentres en una librería de nuevo. Guareschi es un escritor cercano, podría ser tu vecino. No ocupa palabras rebuscadas, ni dobles sentidos ni necesita hacer uso de temas escabrosos para ocultar una falta de originalidad. No, es un ser humano como tú y como yo. Expone sus ideas en forma clara y precisa, refleja su forma de pensar en sus escritos y no los acomoda a la moda o a la conveniencia. En suma, es una persona integra que reunió cualidades de buen escritor y de buena persona.

El que no encuentra un biógrafo ha de forjarse la vida él mismo.
Giovanni Guareschi

¿A quién no se le ha descompuesto un auto?


Hoy por la mañana, camino a la escuela de mis hijos, un auto se descompuso y recibió un saludo a su "impertinencia" con gritos y bocinazos.


¿A quién no se le ha descompuesto un auto? Es terrible ir tranquilamente y que de golpe el motor se pare. Ahora no es cuestión de saber de mecánica y se los digo yo que algo sé de capacitación automotriz, ahora es cuestión de que si el auto falla tal vez la única solución sea remolcarlo así que antes de criticar recordemos: ¿A quién no se le ha descompuesto un auto?


En alguna ocasión, también camino a la escuela de mi hijo (sólo tenía uno en ese entonces) por querer ganar camino me metía entre calles secundarias para evitar los congestionamentos de las vías primarias. En esos laberintos de la ciudad de México conocer atajos puede representar diferencias de minutos o incluso horas.


Callejoneando ibamos una hilera de vehículos cuando mi llanta delantera cayó en la coladera destapada del día. Al ser mi coche de tracción delantera comenzó a patinar el vehículo y quede atorado. Me baje para buscar solución cuando escuche un grito: "Súbete, súbete" y vi que los conductores de los otros autos se bajaban y entre seis o siete cargaron mi coche para que hiciera contacto la llanta y se desatorará. Corriendo todos regresaron a sus autos.


Al desatorarme, desbloqueé la calle y los demás pudieron pasar. Ni un reproche, ni un bocinazo, sólo la ayuda solidaria.


Pocas veces he visto ese tipo de ayuda. Somos más prestos a señalar al que se equivoca que a ayudarlo. Estamos muy prontos a criticar pero muy lentos para brindar la mano.


¿Habrá quien descomponga su auto a propósito? ¿Habrá quien diga: "Hoy quiero una dote de mentadas y voy a reventar mi radiador? Yo creo que no.


Hagamos una diferencia entre quien sufre un problema y quien provoca un problema.

viernes, 23 de enero de 2009

No me preocupa la crisis

Alberto Quiroga V.

No me preocupa la crisis, lo que me preocupa es como un pueblo educado por gente como Adal Ramones, la va a enfrentar.

Nuestro México sólo vive el aquí y el ahora ¿Cómo hablarle de trascendencia a un pueblo que no ve más allá de la quincena? ¿Cómo convencer de preocuparse por el México del 2030 a aquellos que no tienen la educación suficiente para saber que hoy estamos construyendo el México del mañana?

No me asustan los problemas, lo que me asusta es la gran cantidad de personas que se ven beneficiadas con que estos no se resuelvan y por ello nos seguiran afectando a los demás. Mientras nuestros políticos se despedazan unos a otros, por fin han hallado un punto de acuerdo y es la cantidad ofensiva que se han asignado de aguinaldo y de bonos de compensación. A la oposición le conviene la crisis porque tiene punto de ataque al gobierno y a éste último le conviene también porque encuentra la justificación ideal a su incapacidad de resolver problemas.

No me preocupa que haya menos dinero, me preocupa la insatisfacción y la desesperación que está generando en un pueblo despilfarrador y mal administrado. Un pueblo que cambia su dignidad por unos cuantos pesos, que se desnuda ante las cámaras por unos billetes de a 100 que le ofrece Facundo o que ventila su vida privada para salir en la televisión en el show de Cristina o similares. Un pueblo que gasta dos mil pesos por un boleto de un partido de futbol y se despedaza a golpes por sus ídolos que cambian de camiseta cada seis meses y la sudan pocas veces.

No me quita el sueño la crisis económica. Me quita el sueño la crisis de valores, que han hecho del dinero un fin y no un medio y donde los narcotraficantes y extorsionadores merecen tener un corrido, pero nadie se acuerda de los científicos. Donde una persona vale por lo que tiene, aun cuando lo haya obtenido robando, envenenando o matando. Donde se ataca a la familia en aras de una supuesta libertad y donde los valores como la fidelidad y el amor se ridiculizan llevándolos a una simple conveniencia.

Las mentiras siempre salen a la superficie. Nuestros políticos nos dicen que vamos bien pero en la calle la realidad que se respira es otra. Se habla de educación y se nos presumen los miles y miles de profesionistas que salen cada año de universidades, muchas de ellas "patito", para acabar frustrados manejando un taxi o en el comercio ilegal. Los maestros suspenden clases para exigir sus "derechos" en lugar de formar a los próximos políticos para que en 20 años se les de el sueldo derocoso que todo pueblo educado debe dar a sus buenos maestros.

Se nos habla de que somos más grandes que la crisis y que saldremos de esta. Bonitas palabras, pero la realidad nos dice que muchos pueblos no superaron las crisis. Pregúntense por qué una ciudad como Teotihuacan, con 45 mil habitantes, simplemente desapareció, o por qué ya no existe el Imperio Babilonio.

En este tiempo de crisis no es momento de palabras, es momento de acciones y acciones fuertes y trascendentes, que vayan más allá del fin de quincena o de las próximas elecciones.

Cuento para regalar a personas inteligentes

(De algún lugar en la internet)

Hace años, un inspector visitó una escuela primaria.

En su recorrido observó algo que le llamó poderosamente la atención, una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los alumnos hacían gran desorden; el cuadro era caótico.

Decidió presentarse:

- Permiso, soy el inspector de turno... ¿algún problema?

- Estoy abrumada señor, no sé qué hacer con estos chicos... No tengo láminas, nadie me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni que decirles...

El inspector, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado escritorio. Lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:

-¿Qué es esto?

- Un corcho señor... -gritaron los alumnos sorprendidos.

- Bien, ¿De dónde sale el corcho?

- De la botella señor. Lo coloca una máquina.., del alcornoque, de un árbol .... de la madera..., - respondían animosos los niños.

-¿Y qué se puede hacer con madera? - continuaba entusiasta el docente.

- Sillas..., una mesa..., un barco..

- Bien, tenemos un barco.

¿Quién lo dibuja?

¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito?

- Escriban a qué país pertenece.

¿Y cuál es el otro puerto más cercano?

¿A qué país corresponde?

¿Qué poeta conocen que hay en esa nación?

¿Qué produce esta región?

¿Alguien recuerda una canción de este lugar?

- Y comenzó una clase de geografía, historia, música, economía, literatura, religión, etc.

La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:

- Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas gracias.

Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden...

- ¡Señorita!..¿Qué paso ¿No se acuerda de mí?

- Sí señor, ¡cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?

miércoles, 21 de enero de 2009

El burro y la camiseta.

(AQ) 29-07-2003


Dice la fábula que una ciudad estaba a punto de ser invadida. Los habitantes huían con las pertenencias que podían llevar, y

mientras tanto, un burro pacía despreocupadamente.

Un caballo muy agitado se acerco a él y le dijo: "¿estas loco?¿por qué no huyes?.

A lo que el burro respondió: Amos son los que se van, y amos son los que llegan, los dos pegan igual.

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Muchos empresarios se quejan de la falta de apego por la empresa que muestran sus empleados.

En las juntas empresariales, es común escuchar frases como esta: "Mi gente no se pone la camiseta".

En actitudes totalmente indiferentes, como el burro de nuestra fábula, los empleados suelen ver pasar las crisis sin involucrarse, sin poner de su parte para resolver lo que les compete.

Pero la cultura de la camiseta como sinónimo de involucramiento, hace creer a muchos empresarios que a la firma del contrato, o a la aceptación del trabajo va unida un amor por la empresa.

"Necesito que te pongas la camiseta", dice el empresario, y los empleados, las más de las veces, responden, "Con todo gusto me la pongo, pero dámela".

No es difícil encontrar a empresarios, que buscan que su gente se preocupe por la empresa, más de lo que ellos mismos están dispuestos a preocuparse. En pocas palabras, no sólo quieren que el empleado se ponga la camiseta, quieren que también la compre, como es el caso de empresas que le exigen a quien trabaja para ellas, que aporten parte excesiva de su tiempo libre, que pongan a disposición de la empresa equipo (computadoras, autos o teléfonos) o que entreguen trabajo intelectual por el cual no han pagado.

Cuando el trabajador es utilizado y golpeado como el burro de la fábula, ve a la empresa como un mal necesario, y le da lo mismo estar en una que en otra. Amos son los que se van, y amos son los que llegan. Todos te pagan igual.

Terminando la reflexión sobre la fábula, podríamos entresacar que el mejor trato que recibía el caballo por parte de los amos, obtuvo para estos un poco más de lealtad. Por eso el caballo no pensaba igual que el burro.

Perdonándome ustedes la comparación entre personas y animales, creo sinceramente que a veces basta un poco de buen trato para obtener más de la gente.

Si quieres que tu gente se ponga la camiseta, regálasela, y regálale la mejor que puedas.

Durmiendo con el enemigo.

(AQ)

Que curioso resulta saber que muchas veces los dueños de las empresas, altos directivos o gerentes, tienen más miedo de su propia gente que de la competencia o de los inspectores gubernamentales.

Quién no ha sabido o padecido, de bloqueos a gente que llega con ganas de aportar a una organización y que lejos de ser vista como un apoyo se le ve como una amenaza.

Abundan los casos en que gente talentosa se ve confinada a puestos de poca importancia, mientras que gente incapaz y manejable sube como la espuma dentro de la organización, solo porque mientras los primeros se ven como gente peligrosa y los segundos son como piezas de ajedrez que pueden ser movidos al antojo.

Mala situación de aquel que cae en una organización donde demuestre que sabe más que quienes están arriba, porque dice el refrán: "A ningún jefe le cae bien un subalterno que siempre tiene la razón"

Entre las conclusiones que podemos sacar de lo anterior, está el que no siempre la gente brillante triunfa por si misma, a menos que coincidan una serie de factores que le permitan un cauce a su brillantez.

Por ejemplo, seguramente Pelé no hubiera sido estrella de Fútbol si hubiera nacido en los EU, donde hubiera sido visto de otra forma y donde el fútbol no era tan popular en esos entonces.

Cuantas veces no hemos tenido gente talentosa a un lado y lejos de aprender de ella, buscamos zafarnos de esa pesada losa que es estar en segundo plano. Si a esta situación le agregamos que el que se sienta amenazado tenga poder, nos encontramos con jefes que bloquean a sus empleados, que los alejan de proyectos importantes o a quienes inclusive les encargan tareas improductivas para señalarlos como poco importantes para la empresa.

No es sencillo aceptar el reto de aprender de quienes se debería considerar saben menos que nosotros. Sin embargo, cuando impere una cultura laboral en la que los jefes se sientan orgullosos de los éxitos de su equipo, y donde no exista el miedo al reconocimiento, seguramente estaremos entrando a una nueva y mejor etapa.

El barco se hunde.

(AQ) 5-12-2003

Las alarmas sonaron. Los pasajeros del barco escucharon con terror el correr de marinos, las llamadas a cubierta y los gritos de desesperación de los que no sabían nadar, y de los que sabían que aun nadando no llegarían a ningún lado.

El capitán del barco gritaba por los altavoces "mujeres y niños primero" y la gente peleaba por los chalecos salvavidas.

Una alerta pregrabada sonaba en todos los pasillos, habitaciones, salones y bodegas: Atención, atención, el barco se hunde. Esto no es un simulacro.

Sin embargo, un señor leía tranquilamente su periódico. Entre el ir y venir de marinos, hubo quien notó la situación y le dijo- ¿Acaso está loco? ¿Que no escucha que el barco se hunde?

-Y a mi qué -respondió el pasajero- el barco no es mío.


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Ni el barco, ni el país, ni la empresa ni la familia parecen importar mucho a personas que han sido educadas en un mundo materialista y egoísta.

Los diputados se pelean y perforan el casco de este barco que es el país, y no les importa, porque están seguros de tener una lancha salvavidas que los libra de la crisis económica que padecemos todos los demás.

Los empleados gastan papel de más, gastan en llamadas innecesarias, porque a final de cuentas, la empresa no es suya y ellos no pagan (aparentemente) el gasto que hacen. Mas de una vez me he encontrado con empleados de compañías clientes que me llaman al celular aun cuando estoy en mi oficina, y si les ofrezco devolverles la llamada para que no paguen de más me dicen: No te preocupes, la empresa paga.

Y en las familias, cada vez es más frecuente encontrar ese nocivo síndrome Simpson, donde los hijos se burlan de los padres, aun cuando son los mismos padres quienes proporcionan el sustento. En pocas palabras, patean el pesebre o atacan el barco que los mantiene a flote.

Y mientras unos hacen esfuerzos desesperados por mantener esos barcos a flote, hay muchos otros que ven con indiferencia los problemas alegando que el barco en el que están no es suyo.

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Saludos. Alberto Quiroga

Despertando al león

Alberto D. Quiroga V.

Nos comentaba un maestro de Planeación estratégica, que si no teníamos la seguridad de correr más rápido que el león, lo mejor era no despertarlo.

A diario hay personas que despiertan al león, tan solo para que éste las devore. Por ejemplo, a diario fracasan negocios porque su planeación dejó de lado factores que eran de alto riesgo para el buen éxito, y que por un exceso de optimismo o de ceguera no fueron contemplados.

Si bien los libros de motivación nos dicen que solo fracasa aquel que se atreve, a veces se nos olvida que solo triunfa aquel que logra conjuntar las piezas, y que si bien la casualidad a veces ayuda, en la mayoría de los casos dejar las cosas al azar o al destino puede ser demasiado riesgoso.

En todo proyecto debemos identificar al león, y evaluarlo de tal manera que sepamos por lo menos a que velocidad debemos de correr, y por qué no, tener la precaución de tener un árbol cerca por si las piernas no nos dan y necesitamos un refugio.

¿Cuándo despierto al león?

- Cuando emprendo un negocio sin el suficiente capital o conocimiento.
- Cuando provoco a mi competencia con una promoción que no puedo sostener, o que mi competidor supera, aprovechando mi inercia en su favor.
- Cuando confío en demasía en información no verificada, o tomo como válidos datos inciertos.
- Cuando no soy lo suficientemente humilde para esperar antes de atacar a un cliente que tiene mucho más poder negociador que yo, y que me abruma con pedidos que no puedo surtir.
- Cuando minimizo de palabra mis defectos, en lugar de superarlos.
- Cuando mi orgullo y vanidad me lanzan a donde mi sensatez me dice que no debo ir.

Es muy satisfactorio vencer al león. Es muy gratificante superarse y prepararse para ganar y convencer, pero de no ser que no haya otra alternativa, no lo despiertes, a menos que estés seguro de vencerlo.